John Wick 3 - Parabellum

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Festival de fuego, sangre y muerte. extravagante y visualmente bella

Chad Stahelski, en “John Wick 3: Parabellum”, regresa con más humor y con el legendario asesino, Keanu Keeves, que inspira tanto admiración y respeto, como temor y odio, entre las mafias más despiadadas. La acción comienza casi en el mismo instante en que finalizó el anterior film. Wick corriendo por el centro de Manhattan, para llegar a su refugio seguro, el Hotel Continental dirigido por Winston (Ian McShane), antes de las seis de la tarde. Éste anticipará el ballet de cuchillos, navajas y todo tipo de armas en danza cuando sostiene “Si vis pacem, para bellum” - "Si quieres la paz, prepárate para la guerra". Ante esto es posible decir que nadie se prepara para la guerra como lo hace John Wick.

Sobre su cabeza se agita un contrato abierto que se denomina “excomunicado - excomulgado”, cuya recompensa es de 14.000 de dólares, pero que aumenta a medida que pasan los días. En su carrera contra reloj Wick debe desplazarse bajo una intensa lluvia por espacios poco convencionales: tienda de antigüedades que posee en su trastienda una colección de armas de todo tipo, entre antiguas y modernas; interdependencias de restaurantes, y un submundo nada placentero.

Antes de partir para Marruecos deberá pasar, por la Biblioteca Pública de New York, en busca del libro de cuentos folclóricos rusos de Alexander Afanásiev, especialista en un personaje mitológico llamado Baba Yaga (La Bruja, apodo que posee John Wick), en cuyo interior encuentra un rosario, una moneda y un camafeo, junto a la foto de su esposa Helen, de gran utilidad para salvar su vida.

Allí deberá pelear con un gigantón, para más tarde escapar y toparse con una banda de forajidos Yakuza, y de mafiosos italianos de los que escapa galopando sobre un caballo haciendo piruetas y acrobacias por las resbaladizas calles de New York (una de las mejores escenas del film), en una mezcla de Travis Bickle (“Taxi Driver”, Martín Scorsese, 1976) y Roy Rogers montado en su caballo Tigger.

Luego ingresará buscando amparo en el United Palace de la calle 175, convertido en “Teatro Tarkovsky”, cuyo letrero anuncia la obra de teatro “Los dos Lobos” (una leyenda Cherokee sobre la lucha entre el bien el mal dentro de sí mismo) donde entrenan los mafiosos rusos sin distinción de sexo, especialmente jóvenes, entre ensayos del Pas de Deux “El Príncipe y el hada del azúcar” del “Cascanueces” de Tchaikovsky.

Ese espacio está dirigido por un hierático personaje interpretado por Anjelica Huston, cuyo modo de hablar fue trabajado al extremo de haber perdido su acento neoyorquino para acercarlo al de María Ouspenskaya (“El puente de Waterloo”, Mervyn LeRoy, 1940).

De allí pasará a Erfoud (“Casablanca” en la propuesta) un oasis en medio del desierto en donde lo espera, Sofía (Hally Berry) con sus dos perros Malinois bien entrenados, cuyo entusiasta ataque a los genitales de Berrada (Jerome Flynn), el jefe de la banda marroquí, roba cámara en una de las escenas.

Después de vencer al ejército de Berreda, John Wick se pierde en el Sáhara, cuyo paisaje marciano deslumbra tanto de noche como de día. Allí, ya casi muerto, es recogido por un bereber y llevado frente al Administrador de la “Orden Suprema” (Robin Lord Taylor), quien le autoriza a regresar a New York luego de cortarse el dedo pulgar. Previo baño y cambio de ropa. Mitad del film se aferra a su camisa manchada de sangre, y en la otra luce impecable con su traje o uniforme negro, incluyendo la corbata.

Uno de los personajes introducidos en esta nueva entrega es el “Adjudicador” interpretado por la gélida no-binaria Asia Kate Dillón (“Billons”, 2016-19, “Orange Is the New Black”, TV series), que explica la letra pequeña de la “Orden Suprema”. Su postura es implacable, y le da a ese mundo barroco posmoderno cierto toque de distinción.

Mientras el monosilábico Wick se tambalea de ida y vuelta a través de las húmedas calles de neón de Time Square, o en la Estación Central, asediado donde quiera por malvivientes de toda índole desde mendigos, taxistas, rusos, y una corte multirracial de orientales, su amigo Bowery King, (Lauence Fishburne) el rey de los mendigos, es cortageado y maltratado por el Adjudicador y su socio japonés el implacable Zero (Mark Dacascos).

El mundo de John Wick, es un universo bizarro creado por el guionista Derek Kolstad para la primera entrega de Johm Wick y que fue mejorando en las sucesivas. Está plagado de idiomas extranjeros, reglas, códigos de conducta, jerarquías masónicas o religiosas escritas en un Wickverse extremadamente creativo y detallado. Ese caos multirracial y multicultural se parece un poco al reino de la farsa, humor y locura de los cartoons de Tex Avery (Bugs Bunny, Pato Lucas, Porky Pig, Droopy).

En ese universo malabarístico y marcial las series de secuencias de lucha son mucho más sofisticadas y elaboradas e increíblemente coreografiadas, mezcladas con escenas absurdas que recuerdan a filmes de clase B. Todo se debe al director Chad Stahelski (un experto en artes marciales que fue doble de Keanu Keeves en la serie de “Matrix”), que apostó a la multiplicación de efectos.

En “John Wick 3: Parabellum”, la luz utilizada por el director de cámara Dan Laustsen ("The shape of water" –“La forma del agua”-, Guillermo del Toro,2017, "Crimson peak" –“La cumbre escarlata”-, Guillermo del Toro, 2015), es de gran importancia ya que varió de los colores cálidos de la primera y segunda entrega a los claroscuros de azules y violetas, fríos, de ésta. Una cambiante paleta de colores que llega hasta el ingenioso juego de vidrios reflectantes, sin olvidar las lúgubres lluvias casi constantes que recuerdan a “Blade runner” (Ridley Scott, 1982)

La utilización de la profundidad de campo es primordial en este filme donde lo importante puede ocurrir en cualquier espacio del encuadre y pasa de un punto a otro en un ágil juego acrobático. El tratamiento del sonido también es excelentemente cuidado. y los diálogos no son demasiado relevantes, están para ambientar y orientar al espectador hacia una acción.

Donde mayor exposición posee esa profundidad de campo, que fue crescendo, es en la escena de la habitación de vidrio, con vitrinas exhibiendo calaveras de cristal, o trajes de samuráis con todos sus ornamentos, un mundo a lo Jacques Tati en “Playtime” (1967), donde las paredes transparentes causan malentendidos lúdicos.

La banda sonora se compone de zumbidos, crujidos de puertas o muebles, platos o cubiertos, el murmullo del tráfico, y la música de Vivaldi (“Verano”, de “Las cuatro estaciones”) que escucha Winston en su oficina se torna extradiegética al intercalar su melodía con los vidrios rotos y los golpes para acentuar la tensión y el dramatismo de esa situación.

“John Wick 3: Parabellum”, se mueve en dos espacios: el de la intimidad y soledad de un personaje trágico, perseguido y apaleado, y el espacio del mundo exterior que no lo deja respirar. Cuando se profundiza la gran soledad del hombre, las dos inmensidades se tocan, se confunden. En el reino de las imágenes esa coexistencia proporciona al filme un valor de entrenamiento visual inédito.