John Wick 2: Un nuevo día para matar

Crítica de Francisco Noriega - Cinemarama

Bienvenido a casa, Keanu

Hace tres años se estrenó la primera John Wick de la mano de Chad Stahelski y David Leitch en su debut directorial. Antes de John Wick, Stahelski y Leitch habían trabajado como directores de segunda unidad y, principalmente, dobles de cuerpo y coreógrafos. Esto es fundamental para lo que será la mayor virtud de John Wick, tanto la primera como la segunda: su manejo de la acción. Pero vamos de a pasos.

Aprovechando la libertad que les dio crear algo de cero, sin las ataduras de una adaptación, sin deberle fidelidad a ningún molesto grupo de fans, Stahelski y Leicht tomaron la idea del sicario glamoroso y elegante y la aplicaron con claridad y eficacia (algo que, por ejemplo, las películas basadas en el juego Hitman no lograron hacer). La acción era fluida, con coreografías largas y demenciales, con poca preocupación por el realismo y más énfasis en ser creativas y vistosas. La acción estaba enfocada en los movimientos de los personajes, con pocos cortes y predominancia de tomas largas y planos abiertos para poder apreciar a fondo la coreografía de la situación, casi como si estuviéramos viendo un ballet en lugar de una matanza sangrienta. La trama era simple: un hombre busca venganza. No hacía falta nada más. Ante todo, John Wick era una película en la que se notaba que los responsables se estaban divirtiendo mientras la filmaban, poniendo el foco en lo que más disfrutaban y mejor sabían hacer.

A pesar de contar con la mitad de su equipo creativo (David Leitch no participa de la secuela), la acción se sigue sintiendo fresca, en el mismo tono que la original, un poco más repetitiva por momentos, pero sin dejar de privilegiar la grandilocuencia de los movimientos de sus personajes. Siguiendo el manual básico de la secuela de acción, John Wick 2: Un nuevo día para matar es parecida a su predecesora, pero más grande. En lugar del hotel de sicarios en Nueva York, John se hospeda en la sucursal de Roma. En lugar de tener un cachorro, John tiene un perro grandote. En lugar de ser un hombre que busca venganza, John es un hombre que debe un favor, es traicionado, busca venganza, la consigue y es perseguido por un ejército descomunal de asesinos a sueldo. En lugar de tener que matar a un ruso malcriado, tiene que matar a los líderes de una de las organizaciones criminales más grandes del mundo.

La secuela no agranda las cosas gratuitamente, las agranda en pos de seguir divirtiéndose más. El mundo de los sicarios que plantean las películas es de un glamour y una sofisticación desmesurada, completamente ridícula, y la secuela aprovecha que ya tiene las bases planteadas para expandirlo y darle más profundidad, más sofisticación, más glamour, más locura. En esa explosión del universo creado hay, también, algunos tropezones más de los que había en la primera, en particular con las reglas que rigen ese mundo criminal que parece tan organizado, pero el tono decididamente más juguetón de esta segunda parte logra que se le perdonen esos pequeños errores.

Es muy gratificante que en un momento en el que el cine de acción y aventuras está bajo el reinado absoluto de las adaptaciones de superhéroes (que, vale aclarar, yo disfruto particularmente) y de reboots, surja una saga completamente nueva y original. Original no solo por sus personajes y sus historias, sino también por la manera en la que está contada. Las dos películas de John Wick tienen identidad propia, tanto en lo visual como dramáticamente. Es particularmente gratificante, entonces, que esta frescura venga comandada por Keanu Reeves, a quien queremos mucho. Nos llena de orgullo que a sus cincuenta y dos años se presente nuevamente como la estrella de una franquicia y cimente su lugar como uno de los actores de acción más grandes de los últimos tiempos.