John Carter: entre dos mundos

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

La guerra de los marcianos

Múltiples anécdotas conviven detrás de esta película de 250 millones de dólares, que le hace justicia a la figura de Edgar Rice Burroughs, su autor y también el creador de un héroe atemporal, Tarzán, que en sus orígenes compartió casi la misma popularidad literaria.

La historia de ciencia ficción John Carter fue publicada por primera vez en 1912, y, según los estadísticos, logró un nada envidiable récord al tardar más que ninguna otra película en ser llevada a la pantalla desde el primer intento: 79 años. Si lo hubieran logrado quienes se propusieron realizar una adaptación animada en 1930, le habrían arrebatado a Walt Disney el privilegio de que Blancanieves y los sietes enanitos fuera la obra inaugural de los dibujos animados, en 1931.

Por suerte, la demora no fue en vano. El filme dirigido por Andrew Stanton (Buscando a Nemo, Wall-E) sobresale por su pulso argumental, por su intenso simbolismo y por sus magníficos efectos especiales, llevando al conjunto a la categoría de superproducción, capaz de mostrar un estilo propio dentro de un género como la fantasía y la ciencia ficción, en el que a veces pareciera estar todo inventado.

El guión merece elogios también. Es zigzagueante pero casi perfectamente inteligible, sorprendente, e imprevisible. El personaje, bien lineal, John Carter, es un científico y buscador de oro de la época inmediata posterior a la guerra civil norteamericana, que descubre un medallón que lo hace viajar al planeta Marte. Allí, al principio, es capturado por una tribu de fibrosas y verdes criaturas de más de 3, 50 metros de altura, y empieza a entender las nuevas reglas, mientras descubre la gran pugna que se está librando entre el último pueblo digno de ese mundo, y un ejército de exterminadores deseosos de poder absoluto. En el medio, hay una princesa a la que quieren casar por conveniencia, con el líder de la comunidad hostil, buscando una tregua.

La fotografía y el montaje también son lucidos, y los escenarios, están entre lo mejor de las últimas épocas en cuanto a imaginación y realización.