John Carter: entre dos mundos

Crítica de María Victoria Vázquez - El Espectador Avezado

Así como algunas veces nos ha tocado recibir de mundos lejanos a seres que terminaron siendo héroes locales (Superman, Thor, la Mujer Maravilla), esta vez somos los terrícolas quienes llevamos un representante a salvar otro planeta.
Bueno, en realidad, no lo llevamos, pero dejen que les explique mejor la historia.
John Carter (interpretado por Taylor Kitsch) es un veterano de la guerra civil de los Estados Unidos que, tras sufrir una dolorosa pérdida, se convierte casi en un marginal, obsesionado por encontrar una cueva llena de oro, siguiendo la promesa de las leyendas indígenas. Sin embargo, el ejército de su país lo necesita para luchar, ahora contra los indios, y lo capturan con la idea de convencerlo de que vuelva a sus filas.
John no acepta, enarbola su bandera de neutralidad (él dirá que no va a pelear por nadie, acá, ni en otros mundos), y logra escapar. En su huida, encuentra la famosa cueva, y en ella aparece una suerte de sacerdote con un talismán que Carter toma. Por repetir la palabra que estaba pronunciando ese sacerdote, John es transportado a un extraño mundo, con criaturas no menos extrañas, y un lenguaje incomprensible.
Aquí aclaro, para quienes vayan a ver la versión doblada, que hay unas escenas subtituladas, pero enseguida le ofrecen a John un líquido que lo deja entender el idioma, y volvemos al doblaje.
El planeta en cuestión se llama Barsoom, y está siendo asolado por un déspota que pretende llevarlo a la destrucción. Además de las criaturas extrañas, en Barsoom hay otra ciudad, Illium, donde viven seres como humanos, cuyo gobernante decide casar a su hermosa e inteligente hija, Dejah (Lynn Collins), con el déspota para salvar a la ciudad.
La muchacha se opone al matrimonio, escapa, y así se topará con Carter, y sus sorprendentes poderes. Lo interesante de la creación de John Carter como superhéroe, es que sus destrezas sólo las debe a las propiedades físicas que cualquier terrícola tendría en Barsoom, que resulta ser nuestro vecino Marte. Así, por la diferencia gravitacional, Carter puede dar saltos gigantes, y tiene una fuerza superior a la de los barsoomitas, o marcianos, como los llamaríamos nosotros (aunque no son enanitos verdes).
Como ya prometió en la Tierra, Carter sólo quiere volver a su cueva de oro, y dejar las luchas internas para otros, pero finalmente se decide a pelear por la buena causa.

Es imposible ver este planeta, sus desolados paisajes y criaturas, y no pensar de inmediato en la serie de Guerra de las Galaxias. Al final de los créditos, aparece una dedicatoria a Steve Jobs, pero también deberían haber hecho una para George Lucas.

La película está dirigida por uno de los nombres famosos de Pixar, Andrew Stanton, director de Buscando a Nemo, Bichos, y la maravillosa Wall-E. Ésta es la primera vez que dirige a humanos, y, se percibe en que el aspecto actoral no es lo más destacable de la película, podemos decir que es apenas correcto, y acompaña lo fuerte del film: la historia, las animaciones, y el uso de 3D.

Hay bastante acción en esta historia sobre un héroe solitario que lucha en un mundo en decadencia (si les suena a Mad Max, es que también un poco de eso hay). Lo que no cierra mucho es que, aunque arranca fuerte, y termina muy bien, en el medio se hace un poco larga. Hay líneas que no son para nada brillantes, y un par de diálogos extensísimos que, si bien intentan explicar un poco la situación, no aportan demasiado, y aburren. Tampoco se entiende mucho cuál es el motivo de estos sacerdotes que interfieren en los gobiernos de los planetas. Su líder, interpretado por Mark Strong, esboza una justificación, pero no queda clara.
Desde este punto de vista, el guión en general hace un poco de agua, pero de inmediato aparecen secuencias de acción, que logran que no se preste tanta atención a ese punto.
Me hubiera gustado un poco más de humor. Hay algunos intentos, hasta una mascota muy simpática, pero, por el tipo de película que es, podría haberse jugado más con ese aspecto.
Lo cierto es que John Carter, si bien se toma unos cuantos minutos de más, y sin excesivas sorpresas, entretiene. Y para eso está.