John Carter: entre dos mundos

Crítica de Juan Carlos Di Lullo - La Gaceta

Aventuras descabelladas y entretenidas

Lo bueno de esta película es que, por el precio de una, se ven alternativamente una de cowboys, una de ciencia ficción, una de gladiadores, una de misterio y varias más. El director Andrew Stanton (es el mismo de las excelentes "Buscando a Nemo" y "Wall-E", pero en esta oportunidad no está a la altura de esos ilustres antecedentes) y sus guionistas apelan deliberadamente a la mezcla de estilos y se refugian en la licencia para incurrir en arbitrariedades narrativas que les concede el hecho de que la historia que cuentan proviene de un texto fantástico ya centenario, con todas las características de un cómic.

Las escenas van saltando (junto con el protagonista, que ha adquirido mágicamente la capacidad de dar brincos de cientos de metros gracias al viaje interplanetario) desde la Guerra Civil norteamericana a otro enfrentamiento, esta vez en Marte (que los nativos llaman Barsoon). La película encuentra entonces el tono (y el aspecto) de aquellos viejos filmes de Flash Gordon; después se verá un desfile nupcial con ecos en "Cleopatra", una persecución de naves voladoras claramente tomada de "La Guerra de las Galaxias" y un duelo que, sin los monstruos extraterrestres en la arena y en las gradas, bien podría haber formado parte del metraje de "Gladiador". Mientras tanto, Carter aprovecha sus nuevos poderes para imponer respeto entre los nativos, pero se rehusa a tomar parte en el conflicto en el que éstos están envueltos, hasta que la bella princesa Dejah Toris lo cautiva. La trama, entonces, se complica en demasía, sobre todo para los espectadores más chicos, Y a todo eso se suma un prólogo y la resolución del conflicto en los que aparece el propio autor del cuento original, Edgar Rice Burroughs (el autor de "Tarzán"). Los actores cumplen con el tipo de actuación estereotipada y excesiva típica de estos productos. Pero con todo, el despliegue visual y la realización técnica son de tal excelencia que los 132 minutos no alcanzan para aburrir; todo lo contrario.