John Carter: entre dos mundos

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Aventura marciana para fans del fantástico

Edgar Rice Burroughs escribió otros relatos además de «Tarzán», pero en Hollywood casi se olvidaron de que su obra podía ser una verdadera usina de historias para películas fantásticas. O tal vez no se olvidaron, solo que sus relatos, como la saga marciana iniciada con «Una princesa de Marte», eran demasiado complejos para ser llevados al cine. De hecho, distintos estudios han estado intentando desarrollar esta novela marciana desde más o menos el período mudo. Ahora, convertida en «John Carter» se entiende la dificultad, que no solo tiene que ver con los efectos especiales (complicadísimos sin duda, y muy bien resueltos por el experto en cine digital Andrew Stanton de Pixar), sino también por los delirantes conceptos que mezclan lo más obtuso de la fantasía heroica con las más alocadas ideas de la ciencia ficción de principios del siglo pasado.

Luego de un espectacular pero bastante confuso prólogo marciano, la película abre en la Tierra en el siglo XIX. El capitán John Carter (Taylor Kitsch) ha muerto, y dejó extrañas instrucciones para su albacea, incluyendo un mausoleo que solo se abre por dentro, donde debe ser enterrado sin velorio ni embalsamamiento, y una cuantiosa herencia que queda solo en manos de su sobrino, igual que su diario, que nadie más debe leer.

La lectura del diario es la historia en sí misma, que empieza en Arizona luego del fin de la guerra civil, y tiene tonos de western (excelentes, por cierto) hasta que en una extraña cueva, donde se esconde de los pieles rojas, Carter descubre una puerta cósmica que lo lleva a Marte. El planeta rojo está en una dura guerra civil entre dos clanes de humanos, uno humanista, científico y compasivo, y otro cruel y despiadado. Por supuesto este último es el que va ganando una guerra ya casi finiquitada con la ayuda de unos raros seres cósmicos que son los que abren la puerta entre distintos planetas y se alimentan de la energía de cada uno de ellos (Mark Strong pone todo su talento al servicio de este extrañísimo personaje que puede adoptar la forma de cualquier persona).

Pero Carter no cae en medio de la guerra entre humanos-marcianos, sino que aparece en medio de unos marcianos verdes con cuatro brazos que lo toman como trofeo. Estos seres, bajo el mando de un líder interpretado por un Willem Dafoe digital, se mantienen aparte de las guerras entre humanos, aunque podrían cambiar el destino de su planeta si tomaran alguna decisión al respecto.

A Taylor Kitsch le va bien la superacción, y su princesa marciana Lynn Collins no solo es super sexy, sino que está muy bien entrenada con la espada y las artes marciales. Pero cuando se ponen a hablar de los destinos del universo, utilizando palabras marcianas cada dos por tres, el asunto se enfría demasiado. La película tiene dos o tres escenas de este tipo que deberían haber quedado para los extras del dvd, pero en cambio utiliza muy bien las confusiones idiomáticas cuando la raza marciana de cuatro brazos habla en su propio idioma (con subtítulos, por supuesto), lo que lamentablemente desaparece pronto por culpa de un brebaje que hace que todos los personajes se entiendan entre sí.

Pero más allá de estos detalles, la creación de este mundo marciano no tiene desperdicio, y Stanton logra imágenes que quitan el aliento. Hay algo de Conan, Indiana Jones y Flash Gordon en la descripción de este universo fantástico, y también en el diseño de las escenas de acción que, por momentos, redimen al film de cualquier otra falencia, empezando por una lucha increíble entre Carter -que gracias a la diferencia de gravedad salta por todos lados como un verdadero superhéroe- y dos gorilas albinos gigantes de seis patas. Despareja y todo, esta «John Carter» es algo que merece verse, muy especialmente por los fans del cine fantástico.