Joel

Crítica de Manuel Esteban Gaitán - Conexión Cultural

Después de 6 años de silencio cinematográfico, tras su filme de 2012 Días de pesca, regresa a nuestras salas el prestigioso cineasta argentino Carlos Sorín, realizador de películas como Historias mínimas, La película del Rey, El gato desaparece y El perro, por mencionar las que quizás sean las más relevantes. No hay duda alguna de que cuando hablamos de Carlos Sorín, estamos refiriéndonos a uno de los directores claves del cine argentino, y esta nueva producción suya será un claro ejemplo de ello.

Joel trata sobre la historia de Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile), una pareja que no puede tener hijos y decide adoptar. Tras un tiempo corto de espera, reciben una llamada para una posible adopción, con una contrariedad inicial; el niño tiene 9 años, cuando la edad aproximada que habían requerido la pareja para tal caso, sea de 4 o 5. No obstante deciden dar un paso adelante y optan por ir a conocer y posteriormente aceptar la llegada de Joel (Joel Noguera), del cual tampoco saben mucho de su pasado, exceptuando una madre desaparecida, una abuela fallecida hace un tiempo y un tío que está en prisión. Ya embarcados en la decisión, se percibirá desde el comienzo las diferencias claramente palpables, entre el mundo del cual proviene Joel, más de tinte marginal, y el de la joven pareja, que tratará de tomar con total naturalidad lo que el devenir les ofrece, intentando brindar amor y confort al nuevo integrante. Será ya cuando el chico comience a ir al colegio del barrio, donde progresivamente irán surgiendo inconvenientes más complicados de sobrellevar, quedando a flote elementos como la discriminación, la hipocresía y el egoísmo.

Parece que valió la pena esperar tanto, porque después de seis años Carlos Sorín se despacha con una de las mejores películas de su nada despreciable filmografía. La sensibilidad está al caer, con elementos más bien tradicionales, que evocan a su concepción misma de hacer cine, logra una historia perfectamente delineada, con todo en su lugar, y que inevitablemente nos toca, porque la discriminación es un elemento visible de nuestra sociedad, así como el querer tapar situaciones que nos atraviesan, y que más de una vez se evaden, sin buscarle una solución real a los problemas. Sin duda Sorín hace foco sobre elementos de índole social que siempre están presentes, pero a la vez con un tacto sobre la actualidad misma que vivimos, dejando en claro un férreo trabajo desde el armado del guión. Vale aclarar que la intención del director no trata en contar una historia de buenos y malos, de víctimas y victimarios, sino de reflejar los problemas que transitan cada una de las familias, como grupos sociales y sus temores varios; el duro escenario que presenta el colegio de trasfondo, las limitaciones del mismo sistema, y desde ya, la exclusión.
Otro punto a resaltar, es la idea de reflejar una pareja que toma una decisión que representa un bien general, más aún que personal, porque la duda latente de adoptar a un niño que dobla la edad estipulada se percibe desde el comienzo tanto en la madre, como el padre, termina siendo desfavorable, ante la presión de los padres de los chicos que asisten al colegio. Quizás la palabra no sea denuncia, pero Sorín resalta de esta manera otra realidad, ya que generalmente los chicos que tienen edades avanzadas, no son tomados en adopción, dejándolos a la deriva, con un futuro poco prometedor. Las actuaciones sin duda refuerzan a la historia, no solo Victoria Almeida y Diego Gentile, y en los momentos que aparece Ana Katz, sino también Joel Noguera, cumpliendo con creces cada uno con sus roles, también dejando en claro una notable construcción de los personajes. En cuanto a lo demás, referido a fotografía, trabajo de cámara, tiempos narrativos y demás elementos, todo está donde tiene que estar, dejando en evidencia un trabajo sin asperezas, que vale la pena en sus poco más de 95 minutos de duración.