Joel

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Joel, la última película de Carlos Sorín, conecta una historia íntima con problemas urgentes. El director evita los subrayados y despierta interrogantes.

La nieve del inicio de Joel impone un desplazamiento dentro del reconocible territorio argentino, clave para la ambivalencia de una historia cerrada y a la vez conectada con problemáticas urgentes. Como en la reciente Temporada de caza, la vastedad sureña y su geología climática se prestan bien para el drama íntimo y el thriller subterráneo. Entre ambos tonos y con cauto virtuosismo se desplaza Carlos Sorín en el filme, sobre todo en la primera hora, cuando la llegada del inescrutable niño adoptado de 9 años (Joel Noguera) de pasado marginal a la casa de Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) despierta temores y prejuicios de clase con una precisión incómoda y demoledora.

Fiel a la tradición naturalista, Sorín evita subrayados y multiplica interrogantes que dejan la última decodificación al espectador. De manera sutil, la pareja pasa de la esperanza a la frustración, de la autocrítica al esmero, de la rabia a la desesperación, a medida que Joel se revela imposible de adaptar primero a sus vidas acomodadas y después al pueblo, por las alusiones a drogas y actos delictivos que el niño le transmite a sus compañeros. En esa segunda instancia el filme se entorpece, avanzando demasiado rápido y con resoluciones de trazo grueso.

“Tengo la imagen del cuerpo humano. Viste cuando aparece algo extraño, una infección, algo malo, el cuerpo lo encapsula, lo expulsa, lo rechaza. Es algo natural”, dice Cecilia con candor racista, sintetizando la operación de un filme que convierte el abismo cultural en terror moral.