Jesús López

Crítica de Astrid Riehn - La Nación

Un joven muere en un pueblo de Entre Ríos. Se llama Jesús López y tiene pelo largo y barba, como el hijo de Dios en la iconografía cristiana. Sin embargo, Jesús no es un santo. Es apenas un chico fanático de las motos y piloto de una categoría de automovilismo que se corre con Fiat 600, que pasa el día tomando cervezas con sus amigos. Hasta que se sube a la moto alcoholizado y muere en un accidente. En cambio, su más retraído primo Abel trabaja con sus padres y su hermana en el tambo familiar, en el campo. Tras la muerte de Jesús, Abel comienza a quedarse cada vez más en la casa de sus tíos, al punto que su vida comienza a confundirse con la del muerto. Sobre todo cuando su tío le propone entrenarlo como piloto para competir en una carrera homenaje a Jesús.

Cuarto largometraje del director entrerriano Maximiliano Schonfeld, Jesús López coquetea abiertamente con las referencias religiosas. Estas van desde el origen bíblico de los nombres de los protagonistas hasta escenas visualmente impactantes como la inicial, en la que vemos a Jesús viajando en su moto, iluminado desde atrás por los faros de un auto que hacen resplandecer su cabellera como si se tratara de un halo o, quizá, las llamas de una hoguera. Luego, un fundido lleva a un primer plano de Abel rezando bajo una lluvia torrencial de esas que, para muchos creyentes, podrían lavar cualquier pecado. Y por supuesto también es cristiana la idea de resurrección: la que se le ofrece a Abel cuando empieza a transitar la vida de su primo.

Si bien la espiritualidad es un elemento presente en el cine de Schonfeld – en La helada negra (2015), por ejemplo, una chica era tomada por santa en un paraje rural-, está claro que su intención no es hacer un cine religioso. La fe que mueve a sus personajes -por lo general jóvenes como Abel, tironeados entre la vida de campo y la del pueblo o ciudad- es simplemente el deseo de un futuro que encierre algún tipo de promesa. Algo similar les sucedía a los hermanos de su ópera prima, Germania, que no sentían interés alguno por la granja de sus padres. E incluso a los protagonistas de su documental La siesta del tigre (2016) que, aunque más maduros, se movían guiados por la esperanza de encontrar los restos de una bestia extinguida para “salvarse” económicamente.

Uno de los aspectos más interesantes del guion de Jesús López, escrito por Schonfeld junto a la escritora entrerriana Selva Almada, es que Abel no parece sentir culpa alguna ni genera resquemor en el espectador a pesar de que se trata de un okupa de identidades. Es probable que esto se deba a la mirada amorosa que el director suele tener sobre sus personajes, por lo general inspirados e interpretados por habitantes de las aldeas de descendientes de alemanes del Volga que rodean su pueblo natal, Crespo. En una de esas aldeas, en las que Schonfeld filma todas sus películas, nació su padre.

Como en la mayoría de sus trabajos, la atmósfera que reina en Jesús López es de cierto extrañamiento, casi irreal. Este clima es reforzado por la extraordinaria fotografía de Federico Lastra, que filma crepúsculos y amaneceres con un ojo conmovedor.