Jersey Boys: Persiguiendo la música

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Placentera nostalgia

A algunas personas que vienen trabajando en el cine desde hace años ya las sentimos como de la familia: nos han hecho enojar o emocionar, los vimos envejecer, nos involucraron en sus historias. Cuando estrenan una nueva película sin dudarlo vamos a verla, dispuestos a descubrir qué tienen de nuevo para contarnos o agasajarnos. Y si no hacen genialidades los disculpamos, por afecto y porque sabemos cuánto bueno han hecho a lo largo de su vida.
Algo de eso ocurre con Clint Eastwood (1930, San Francisco, EEUU), que como actor ha transitado series de TV, spaghetti westerns y numerosos films de acción, y como director ha brindado 33 largometrajes, algunos realmente notables (cada cinéfilo tendrá sus preferidos; quien esto escribe opta decididamente por El jinete pálido, Cazador blanco, corazón negro, Los imperdonables, Los puentes de Madison y Medianoche en el jardín del bien y del mal).
En Jersey Boys vuelve a tratar con cariño a sus personajes y a los espectadores. Basada en una comedia musical de Broadway, es la biopic del cantante de voz aguda Frankie Valli, recorriendo su vida desde que formó con un grupo de amigos la banda Four Seasons hasta sus primeros pasos comos solista, travesía que –como suelen ofrecer este tipo de películas– abarca altercados, búsqueda de hits (“Esto no es una canción, es un hit” dice en un momento, marcando una reveladora diferencia), problemas financieros y familiares, éxitos y fracasos. En este caso resulta un cálido plus el contexto barrial en el que se mueven los jóvenes en cuestión y sus familias, incluyendo bromas y un trato bastante cordial con tramposos que Eastwood no permite que se conviertan en personajes completamente negativos.
Es que, más allá de los reparos que puedan hacérsele a la película (como la apelación a algunos recursos convencionales o vetustos, como la inserción de música sentimental en cada aparición de la hija del protagonista), la caracterización de los personajes exhibe una estimable coherencia, ya que, aunque varios de ellos aparezcan esporádicamente –como las mujeres de Frankie–, se mantienen consistentes de principio a fin, como si nunca dejaran de ser personas de carne y hueso antes que marionetas del guión.
Tal vez porque Frankie (John Lloyd Young) y sus compinches recuerdan bastante el despreocupado tuteo con el delito y la devoción por la complicidad masculina que recorre la filmografía de Martin Scorsese, algunos insisten en equipararlos (de hecho, en Jersey Boys esposas e hijas cumplen una función casi decorativa y la muerte de una de ellas es mostrada con cierta ligereza). Pero Eastwood es menos ambicioso y más amable. Sus personajes miran a cámara haciendo del espectador un confidente, los momentos humorísticos son siempre benévolos y se acude a la nostalgia no para lamentar tiempos idos sino para hacer de ese territorio mítico algo divertido y placentero. Si hasta el Ángelo De Carlo que interpreta el gran Christopher Walken es uno de los capos mafiosos más confiables que ha dado el cine…