Jauja

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El sonido y la furia

Realizada y promocionada por un intenso trabajo en equipo entre Viggo Mortensen (actor y productor), Lisandro Alonso (director y guionista) y Fabián Casas (coguionista), premiada en la sección Un certain regard de Cannes y recibida con entusiasmo en el Festival de Cine de Mar del Plata, la única privada de Jauja tuvo un insólito condimento, a tono con su odisea artística. Sucedió hacia el último cuarto de película, cuando una larga conversación en danés sin subtítulos dio a pensar que era otra estrategia provocadora de Alonso. Y de golpe, la proyección se cortó. Mientras todos creían que a Lisandro la veta experimental se le había ido de las manos, apareció Mortensen, disculpándose por la ausencia de subtítulos (“no entendieron un carajo”, dijo) y proponiendo una nueva proyección desde aquella escena. “Igual, no van a entender nada”, acotó. O habrá querido decir: “Igual (los subtítulos), no aportan nada”.
Ciertamente, desde el primer fotograma, donde el colono Gunnar Dinesen (Mortensen) abraza a su hija, protegidos de la inclemencia patagónica (con un encuadre cuadrado, que remite a diapositivas e Instagram pero también a un daguerrotipo), Jauja es una película 98 por ciento visual. Como El Dorado, Jauja es un mito aborigen sobre un paraíso terrenal y los guionistas aunaron esa búsqueda con la Conquista del Desierto. Gunnar viaja junto a un grupo de soldados pero una noche pierde a su hija y deberá emprender otro tipo de búsqueda. La fotografía de Timo Salminen, habitué de Aki Kaurismaki, se regodea en el contraste del cielo con los ocres del suelo rocoso y Casas aporta situaciones surrealistas que no necesitan explicación. Hay algo del western transfigurado de El topo, un naturalismo salvaje digno de Turner y música ambiental compuesta por Viggo y el guitarrista Buckethead para coronar la estética minimalista, pletórica de murmullos, de Alonso.
La película es un logro en todo sentido; para Casas, como narrador, es ver plasmadas sus ideas en celuloide; para Alonso significa el reconocimiento definitivo. Y para Mortensen, es el regocijo de haber filmado su película más arriesgada en el país donde alguna vez vivió. Como si nunca se hubiera ido.