Jackie

Crítica de Fernando Casals - Revista Meta

Al revisitar la historia de las primeras damas norteamericanas queda claro que Jacqueline Kennedy no es Eleanor Roosevelt. Jackie no empujó políticas, no caminó entre los necesitados, no visitó otros países como embajadora, y ciertamente no aconsejó a su marido en cuestiones de guerra. El papel de Jackie Kennedy se limitó al de los quehaceres domésticos, el cuidado de sus hijos – dos de los cuales murieron siendo bebés – y la redecoración de la Casa Blanca.

Jackie, del director Pablo Larraín, es un atrapante y por momentos aterrador viaje a través de la psique de una mujer muy especial, que sirve como recordatorio que la figura de JFK y su veneración le debe mucho a la mujer detrás del mito y la tragedia.

Jackie es una audaz biopic que comienza apenas una semana después de que John F. Kennedy fuese asesinado en Dallas. Aunque recibe a un periodista (Billy Crudup) en una de las residencias de Kennedy, la ex primera dama, Jacqueline Bouvier Kennedy (Natalie Portman), no tiene un hogar permanente.

La entrevista del periodista es una excusa para regresar a escenas como la fiel recreación de la gira televisiva por la Casa Blanca en 1962 que Jackie dió para la CBS. Larraín lo imagina como una experiencia tensa para ella, llena de nerviosismo en la que tropieza con sus descripciones de antigüedades y se fuerza a sonreír.

En la primera toma era Natalie Portman, a partir de ese momento, es casi imposible separar a Portman de la mujer que encarna, ya que cada uno de los enunciados tiene la dicción perfecta de la Jackie Kennedy que todos recordamos. Portman camina con el elegante andar de Jackie de brazos inmóviles con la misma cualidad mecánica y ensayada de la primera dama.

Incluso dentro del marco estructural en el que se desarrolla la historia -el tropo de la entrevista- resulta totalmente revigorizada por la conversación, que va y viene con frases punzantes de juegos verbales entre el poder y verdad.

La brillantez de la Jackie de Larraín -asistido por un guión ingenioso de Noah Oppenheim– es que presenta un biopic que realmente está interesado en la persona, y ​​no sólo en lo que le sucedió.

La variada inventiva visual de Larraín y el dominio de la estructura sirven como un recordatorio de cómo un director creativo puede desviarse de lo que de otro modo podría haber sido otra biopic convencional. En este sentido el tono de Jackie es difícil de identificar, la película es un funeral, casi literalmente, y la música se encarga de remarcarlo con solvencia.

Más que ofrecer simplemente una mirada al “detrás de escena” de la historia, Larraín nos muestra la singularidad de una situación en la que la pérdida personal y el deber nacional chocaron tan violentamente, que no se puede separar un evento del otro.

Ninguna persona razonable puede absorber una tragedia de esa magnitud, de manera natural, pero Jackie toma decisiones políticas astutas y se mantiene firme cuando otros piden cautela. El shock y la lucidez parecen ser respuestas contradictorias, pero Jackie hace que la dualidad parezca posible y asombrosamente heroica.

Jackie es un retrato agudo y obsesivo de una mujer con una pena tan grande como el magnicidio. Después de ver esta película, tal vez se analice desde una nueva mirada a la mujer que se mantuvo compuesta por el bien de Estados Unidos, justo cuando parte del sueño americano se empezaba a desmoronar.