Jackass: el abuelo sinvergüenza

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Las películas de Jackass -incluida la 3D, que hacía un uso muy imaginativo de esa posibilidad y que fue estrenada aquí en 2010- solían ser ampliaciones más espectaculares, más bestiales, más extremas y sobre todo más grandes, del programa de televisión de MTV en el cual un grupo de seres se sometían a las pruebas más absurdas, dolorosas, imbéciles, ridículas que resultaban, para mucha gente, muy cómicas. Las películas de Jackass eran una sucesión de viñetas cómicas en las que no estaban ausentes las tradiciones de los grandes cómicos atletas (Buster Keaton, Jackie Chan) y de los grandes transgresores del cine (John Waters, una zona de los hermanos Farrelly).

Ahora, en El abuelo sinvergüenza, los muchachos de Jackass se deciden por una "película argumental", abandonando el sistema de sketches. Aquí, el abuelo Irving Zisman (interpretado por Johnny Knoxville, el líder de Jackass, con fuertes dosis de maquillaje) tiene que llevar a su nieto desde Nebraska hasta Carolina del Norte para que se quede con su padre, un patán en toda regla, porque su madre está (otra vez) presa.

El molde narrativo de "abuelo que no quiere saber nada con su nieto" y la road movie, y las peripecias, ya lo vimos muchas veces, aunque no de esta manera: aquí se trata de un viaje con escatología, groserías varias, chistes sexuales. Es una clase de humor que espanta a mucha gente. Aquellos espectadoras espantados se evitarán las groserías, sí; pero también una crítica furibunda a unos cuantos aspectos monstruosos de la cultura estadounidense. Un ejemplo especialmente claro es el de los concursos de belleza infantiles, que abuelo y nieto (extraordinario y versátil el niño Jackson Nicoll) desarman desde adentro al llevar al extremo en la ficción lo que ya está claro en la realidad: que se trata de una exposición pública inapropiada para las niñas de corta edad. El humor de esta película de Jackass apunta a lo más enfermo del consumismo estadounidense, al embrutecimiento, al empobrecimiento, y lo hace estallar mediante chistes que -como todo humor consciente y que se hace con respeto por la comedia crítica- tienen ese regusto amargo proveniente de haber dado en el clavo.

Entre los mejores momentos de la película está el de la respuesta "timing", que es de una asombrosa brevedad. El timing para la sorpresa es clave en Jackass : la sorpresa del espectador y/o la sorpresa de aquellos que son víctimas del modo cámara oculta. Así se logran situaciones de remate perfecto (el juego mecánico) y otras que no parecen llegar al remate necesario (el de la caja de encomienda). Pero la película apuesta al experimento de mezclar el modo sketch de la cámara oculta con una línea argumental, y de esa forma se pasa de forma despareja de una secuencia a otra en la búsqueda del próximo chiste. Ese que puede lograr -otra vez-la explosión cómica, la crítica social a esas catástrofes que vemos y alejamos -al menos temporalmente- mediante sonoras carcajadas.