Jack y Jill

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Chistes duplicados

A estas alturas las películas de Adam Sandler son casi un género en sí mismo. Si en los últimos años Sandler parecía haber crecido ("madurado", dirían algunos) en películas como Hazme reír (con su viejo amigo Apatow), acá lo tenemos de vuelta con toda la furia que supo hacerlo una de las figuras centrales de la Nueva Comedia Americana. Sandler está más viejo, claro, ya no puede seguir interpretando al niño eterno, pero todo lo demás está ahí: la apuesta por el absurdo llevado hasta sus últimas consecuencias (que uno puede comprobar, por ejemplo, cuando cerca del final de Jack y Jill nos cruzamos con David Spade vestido de mujer), la obsesión por la construcción de una familia, la escatología, los chistes físicos y políticamente incorrectos, la constelación de figuras y amigos que aparecen en pequeños personajes secundarios. Uno puede sentir, al mirar Jack y Jill, que Sandler y todo el equipo la están pasando muy bien mientras filman esta película.

Esta vez, la dupla Sandler-Dugan (pareja que viene trabajando junta desde Hapy Gilmore, en 1996) apuesta por un recurso que hoy en día es casi un lugar común: vestir al cómico de mujer y ponerlo a repetir todo tipo de tics y exageraciones. Hace años que Eddie Murphy viene haciendo lo mismo y la idea hasta tuvo su parodia en los geniales trailers falsos que abren la nunca suficientemente alabada Una guerra de película (Ben Stiller, 2008). Claro que Sandler nunca lo había hecho y acá se da el gusto: intepreta a Jack y también a Jill, su hermana gemela.

El problema de travestir al cómico no es tanto la obviedad de los chistes por venir, cosa que ya habíamos visto pasar con Eddie Murphy. Sí, es una mujer, pero todos en las butacas sabemos que es un hombre (y un hombre que conocemos hace tiempo, que identificamos en un segundo) y entonces vienen los chistes: este personaje es una mujer, pero por debajo hay un hombre. Esto quiere decir: es una mujer masculina, con mucho pelo en las axilas, con una fuerza exagerada, con olores corporales y demás funciones que estereotípicamente se asocian al cuerpo masculino y que, exageradas, caracterizan esta caricatura que nunca llega a desarrollarse como personaje del todo. Decía: este no es el mayor problema. El mayor problema es que en Jack y Jill estos chistes obvios (que no por eso son necesariamente menos efectivos) se repiten una y otra vez. Es como si a Sandler y a Dugan se les hubieran acabado las ideas en el momento en el que decidieron vestir a Sandler de mujer. Jill se define con tres rasgos mínimos, lo cual es una marca característica de Sandler en la comedia y le da fuerza a sus propuestas. Pero con esos rasgos los chistes tienen que acabarse en algún momento.

De cualquier forma, Sandler nunca termina de perder su encanto y la película logra algunos buenos momentos, sobre todo relacionados con los personajes secundarios que rodean a Jack, Jill y su familia. El jardinero Felipe tiene sus buenos chistes (y marca el lado más políticamente incorrecto de esta película), el momento de David Spade es muy bueno. Y la novedad, obviamente, es ver a Al Pacino que por fin aceptó reírse un poco de sí mismo. Parece que pasa con la edad (le viene pasando hace unos años a De Niro): los grandes tótems de la actuación finalmente deciden hacer comedia. Y el resultado, aunque no necesariamente brillante, trae algo nuevo. Al Pacino se interpreta a sí mismo (una versión Sandler de sí mismo): un actor serio, shakespereano, que se vuelve loco. Es claro: Pacino no es Sandler, no tiene su ritmo para la comedia, a veces se le escapa su compromiso demasiado serio con un personaje ridículo, pero encuentra sus momentos y no agota porque no llega a estar demasiado en pantalla (aunque está al límite de hacerlo).

Jack y Jill es una película despareja que comete el peor de los pecados para una comedia: el timing no funciona. Pero, con todo, tira unas cuentas ideas y logra momentos genuinos de risa.