Jack en la caja maldita

Crítica de Guillermo Courau - La Nación

Hace rato que el cine de terror ha dejado claro que los payasos dan miedo. Se trate de asesinos camuflados, archivillanos o entes sobrenaturales, la cara blanca, la pintura roja y la risa diabólica inquietan de por sí. Dicho esto la pregunta es: ¿qué más puede ofrecer una película de género que tenga a un clown como protagonista? Al decir de Jack y la caja maldita, la verdad es que no mucho.

La mala suerte hace que un hombre con un detector de metales encuentre de casualidad una “caja sorpresa”, de esas en las que hay que girar una manivela hasta que salta de golpe un resorte con cabeza de payaso. El problema acá es que del objeto no sale un muñeco, sino un espíritu que debe matar a seis personas para cumplir su desconocido propósito. La primera en morir es la esposa del descubridor, y aunque este se salva, en lugar de volver a enterrar la caja donde estaba (porque luego se sabrá que no se puede destruir) no tiene mejor idea que donarla a un museo. Así, doce años después, el contador de muertes vuelve a cero y comienza una nueva cadena de asesinatos que tiene como testigo involuntario a Case (Ethan Taylor) quien, como suele suceder, sabe todo pero nadie le cree. El resto se ve venir… y viene.

Aunque parezca que el punto más flojo de Jack en la caja maldita es su falta de originalidad o la sucesión de agujeros en la trama, lo que realmente falla en el film de Lawrence Fowler es su falta de riesgo e inspiración a la hora de diseñar cada muerte, que no son tantas y varias ocurren fuera de cámara. Porque al fin y al cabo, al no haber novedad, es lo único que el fanático podría haber agradecido. Sin embargo, también en este apartado tendrá que quedarse con las ganas.