J. Edgar

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

El guardián de la nación

Un funcionario que sobrevive 48 años al frente de un organismo como el FBI definitivamente tiene mucho que contar, y justamente los secretos y manejos que tuvo durante esa increíble cantidad de tiempo lo convierten en un extraordinario sujeto cinematográfico. Y mucho más si el personaje logró la hazaña de permanecer en las sombras.
J. Edgar Hoover ejerció y abusó del poder durante casi cinco décadas como director de la Oficina Federal de Investigación, la agencia estadounidense de seguridad nacional que construyó e hizo poderosa desde su perseverancia, inteligencia y megalomanía. Y Clint Eastwood decidió encarar su retrato desde una biopic clásica, que si bien es un género muy transitado y con respecto a personajes políticos tiene una larga tradición –desde El joven Lincoln, pasando por JFK o la más reciente W (ambas de Oliver Stone), sólo para mencionar algunas–, el vigoroso director octogenario hace honor al género pero desde la intimidad del protagonista, con acciones públicas que estuvieron firmemente imbricadas con su formación y la opresión de su entorno.
En la piel de Hoover, el cada vez más preciso Leonardo Di Caprio interpreta al opresor que naturalmente tiene una faceta reprimida y que traslada toda su energía a su trabajo, primero bajo la severa y omnipresente madre (Judi Dench) y después en su tormentosa relación con su asistente Clyde Tolson (Armie Hammer).
En los claroscuros del personaje, enfatizados por la fotografía de Tom Stern, el maestro norteamericano da cuenta del fanatismo anticomunista de Hoover, de su obsesión por el poder que manejó en base al chantaje, a partir de conocer los secretos de cada personaje importante de la política estadounidense. Y también de la visión de incorporar los últimos adelantos de las técnicas criminalísticas –que entre otros casos le permitió resolver el secuestro del hijo del famoso aviador Charles Lindbergh– y la voluntad de convertir al FBI en un organismo eficaz para combatir el delito. Y claro, para perseguir a opositores al orden establecido.
Si bien Eastwood es un conservador de la vieja escuela, el retrato que hace de Hoover no es para nada condescendiente con su figura. Por el contrario, si bien no juzga al personaje, se encarga de mostrar cada una de sus zonas oscuras, e incluso la película señala cómo el oscuro legado del que fuera el máximo responsable del FBI se trasladó hasta el presente, donde bajo el amplio paraguas de la “seguridad nacional”, se ejerce la paranoia y las prácticas más abusivas del poder.