Isabella

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

El filme se abre con un maravilloso plano general de un muelle envuelto por el cielo en la hora mágica. Un joven que vemos a lo lejos, realiza un ritual que no podemos más que adivinar, tal cual la voz femenina en off lo describe es “el ritual de las doce piedras”. Cada piedra es la posibilidad de dudar ante una certeza, y las variantes son dos, o cada piedra cae al agua, o una duda te detiene quedándote con una piedra en la mano.

Esta introducción deja sobre la superficie – y sobre fondo del filme – un esquema de juego y los personajes se entregarán a esa dinámica de la pregunta a través de todo su relato. En ese conocido fluir/devenir de las vidas en los caracteres de su cine, conocido por los que ya han de saber del cine de Piñeiro y sus formas narrativas derivativas. Aquellas que se alimentan de las dudas existenciales de alguno de sus individuos/cuerpos que circulan siempre imbuidos en las aguas móviles y llenas de incertidumbre, aquellas que son las aguas inciertas de la vida misma en su universo cinematográfico.

Siempre hay algo que está en proceso, una obra, una película, un estado de gestión que se mezcla entre las vidas de unas mujeres y de otras, pero ante todo en el centro está Mariel y al mismo tiempo Isabella, el carácter femenino central de la obra “Medida por medida” de William Shakespeare que ella encarna a través de toda la película.

“Yo que predico la palabra, puedo desdecirme”, son algunas de las palabras significativas que afloran de los labios de nuestro personaje componiendo a la Isabella shakespereana. Isabella, la joven novicia enfrentada a una duda radical, entre su vida, los mandatos divinos y la vida lujuriosa de su hermano ha de ser un pecador carnal y deberá ser condenado a muerte. Pero Isabella, la virtuosa, se debate entre su devoción y su lealtad. El conflicto, la duda y el juego de valores morales puestos en jaque, que son el centro dramático en toda la obra teatral, aquí subyacen en un estado de dilema casi permanente.

El deseo y la duda conviven construyendo una ambigüedad continua, van y vienen, hacen que el filme se despliegue como las ondas que arman las piedras en el agua.