Invasión zombie

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Cuando los zombies se toman el tren

El film coreano es notable por donde se lo mire. El apocalipsis en un tren y la irresponsabilidad del mundo financiero. Una niña que busca a su padre en un mundo de adultos que se despedazan. El final toca un ánimo de amargura.

Los zombies continúan y con una salud a toda prueba. No hay otro monstruo para estos días, que corren lento o rápido (la velocidad zombie es relativa). Al tema supo dedicarle un libro bárbaro Jorge Fernández Gonzalo, quien en Filosofía zombi (Anagrama, 2011) da cuenta del vínculo esencial entre estos no‑muertos y los vivos que deambulan por las ciudades. El faro del autor es el cine de George Romero, con La noche de los muertos vivos (1968) como punta de lanza política. El cómic The Walking Dead del escritor Robert Kirkman, supo cómo actualizar al maestro, con una redimensión televisiva todavía en curso.

Ahora bien, lo de la película surcoreana Invasión zombie es más y mejor de lo mismo. A no orientarse por el título local y malísimo, sino por los hechos: estreno en Cannes, éxito de crítica y público, y un realizador ‑Yeon Sang‑ho‑ surgido de la animación, con predilección por el mundo terrorífico.

Así las cosas, Invasión zombie es el periplo desesperado de un tren por arribar a la ciudad de Busan. La partida se da sin conocimiento de lo que sucede: los seres humanos se están atacando a dentelladas. El estupor frente a la información televisiva transmuta de a poco en horror. De esta manera, el tren comienza a sufrir una epidemia voraz, con la consecuente fragmentación humana: sanos contra infectados, y sanos contra sanos.

Pero el móvil del relato es más simple y universal: es el viaje entre un padre y su hija, ella es una niña, él es un agente financiero. La relación ente ambos no es la mejor, merced a una distancia que se acentúa, con él inmerso en su trabajo. Finalmente, accede al deseo postergado de la pequeña: ir a la casa de la madre.

De allí en más, el padre se verá obligado a desatender su teléfono de trabajo, mientras inclina la balanza a favor del cuidado paternal. En la faena le acompañarán otros personajes, cada uno con una historia a cuestas, capaces de conformar un grupo minimalista ‑de cuidado por la vida (hay una mujer embarazada) y de borramiento de clases sociales (hay un mendigo)‑, forzados a convivir en esta bala dirigida que es el tren, infestado de muerte.

Si en el cine de Romero la responsabilidad del virus descansaba en maniobras militares, en Invasión zombie los hombres de negocios serán los responsables. Aspecto que el padre en cuestión subraya: comienza la película en su rutina de trabajo, rodeado de luz blanca y oficinistas, para finalizarla desde el exacto contraste. De ser alguien indiferente, que ignora el sufrimiento o la necesidad ajenas, culmina por asumir rasgos heroicos, acordes con la aventura que le toca sobrellevar.

Pero todo esto no es suficiente, porque lo que también se necesita es una imaginería que sea de terror, con cuerpos mordidos y prestos a adquirir un andar tan deforme como veloz, de avidez sangrienta. Más un pulso narrador que organice y logre verosimilitud. Por ejemplo, cuando los personajes deban atravesar varios vagones con el fin de rescatar a otros, la dirección a recorrer será inversa a la que el tren sobrelleva. La velocidad, en esa secuencia, está a favor de los zombies. La percepción del espectador se altera, y la fuerza que hace posible la hazaña será más intensa. De este modo, la comprensión espacial -y temporal- del cineasta es perfecta. Además, hay un timing que regula la narración sin perder profundidad en los personajes, cuyas caracterizaciones llegan a alcanzar un grado de empatía con el espectador que no será garantía de supervivencia, sino modo desde el cual ahondar en sensaciones encontradas, con la angustia como una de las maneras desde las cuales el cine se sabe posible.

El desenlace, a su vez, guarda cierto guiño con el de La noche de los muertos vivos, pero para tomar un rumbo distinto, a partir de un elemento previo, apenas esbozado sobre el inicio del film. El final lo completa con otro sentido y logra que la pelicula concluya, pero con los puntos suspensivos necesarios. De esta manera, se fusionan cierta conmisceración con un sabor de incertidumbre. Es tan profunda la resolución, que logra tocar un ánimo de amargura. Y sitúa a esta película en un lugar de honor, pasible de ser una referencia obligada en su género cinematográfico.