Invasión a la privacidad

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Antes de hablar de esta producción me tomé un té, puse un sahumerio, música hindú, y medité durante varias decenas de minutos. La idea era poder evitar insultos, improperios y calificativos fuertes.

Apuesto que Antti J. Jokinen, el director de “Invasión a la privacidad”, ha cometido la torpeza de abordar su primera película sin leer el guión. O mejor dicho, lo debe haber ido leyendo a medida que la filmaba, o algo así. Es más, estoy casi seguro de que no la vio una vez terminada. De otra manera resulta incomprensible como se puede hacer esto y dejarlo así como está, sin alegar demencia temporal. Esto explica por qué en Estados Unidos apenas si se estrenó en algunas salas y luego fue directo a DVD.

Tiene unos 20 minutos iniciales que coquetean bastante con la intriga, hasta podría decirse que se logra una atmósfera interesante.

Juliet Deverau (Hilary Swank) es residente en un hospital. Se acaba de pelear con el novio y está buscando departamento para poder dejar atrás esa circunstancia y sacarse los cuernos. La narración nos va introduciendo en el personaje como alguien que practica deportes, maneja situaciones complicadas y tiene un alto grado de autosuficiencia. Un buen día encuentra el lugar que le gusta, de esos soñados y con dueño directo. En el viejo edificio (que nunca se muestra bien) encuentra a Max (Jeffrey Dean Morgan), el propietario, un hombre amable y cortes dispuesto a terminar de arreglar su edificio para que ella se mude cuanto antes.

El día de la mudanza Christopher Lee (como August) subió al set de filmación para poner su cara de pocos amigos a Juliet. Esto lo repetirá tres veces más durante el desarrollo de la trama, ya sea frente a ella o espiándola con la puerta entornada. El motivo de la presencia de éste personaje es un secreto que los guionistas guardarán bajo llave y se lo llevarán a la tumba, porque en la historia jamás tiene sentido alguno; salvo para tener miradas cómplices con Max, y una conversación con él en la cual el ex–Drácula lo califica de “débil” y “celoso”.

Juliet hace días que no está con su ex-novio y le van entrando ganas sexuales. ¿Y quién sino el dueño para satisfacerlas? Además, vive en el mismo edificio, con lo cual no hay que gastar ni en telo ni en taxi. Juliet se le insinúa, lo avanza, y el beso queda ahí sin consumarse pues Max recula un poco, porque el guión necesita mostrar la situación una vez más.

Cumplido el minuto número 31, el realizador Antti J. Jokinen pone pausa (literalmente) en su película, y como si fuera un homenaje al retroceso cuadro por cuadro de las viejas videocassetteras, rebobina todo para mostrarle al espectador lo mismo, pero un poco más rápido y desde la perspectiva de Max, quien había seguido a Juliet durante todo este tiempo (algo que, por otro lado, ya sabíamos).

Quedará una hora más de proyección para mostrar una suerte de thriller psicológico, en el que la obsesión y el fetichismo de Max explotan y se desarrolla el famoso juego del gato y el ratón, que en este caso no es un eufemismo. Son Tom y Jerry. Sobre todo cuando se persiguen detrás de las paredes. Hay tanto espacio ahí como para subarrendarlo a otros inquilinos. Lástima, hubiera sido un negoción.

Respecto de las supuestas referencias “hitchcockianas” de “Invasión a la privacidad”, uno no sabe si el realizador quiso homenajearlo y le salió mal o si quiso directamente burlarse del maestro.

Parece mentira que todavía queden directores en Hollywood dispuestos a dotar a sus villanos del síndrome de Terminator. ¿Vio esa gente que no se muere nunca, le den con lo que le den?

¿Para qué escribir más? En todo caso puede que sea mi enojo por haber visto algo tan malo. Como dijo un colega en esta misma página: ¡Queda advertido!