Interludio

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Tiempo interrumpido y punto de partida.

La ópera prima en el largometraje de Nadia Benedicto parte de una crisis personal para construir una pequeña fábula de crecimiento y cambio concentrada en tres personajes, una madre y sus dos hijas, durante un viaje intempestivo a un pequeño pueblo de la Costa Atlántica. La separación de Sofía de su marido ocupa los primeros dos minutos de Interludio, aunque nunca se verá a ese personaje masculino. “Es puto. No sabés lo claro que lo tenía”, le confiesa Sofía entre llantos a una amiga a través del teléfono, detalle que anticipa, tal vez innecesariamente, el tema central de una de las tres subtramas que sobrevendrán (el espectador tiene la sospecha de que ese divorcio podría haberse dado por cualquier otra circunstancia). Y es así que hacia esas playas frías y solitarias de temporada baja parten Sofía (Leticia Mazur), su hija adolescente Irina (Sofía del Tuffo) y la pequeña Pachi (Lucía Frittayón), arrastradas por algo que las supera, a la espera de que ese tiempo interrumpido se transforme en el punto de partida para una nueva etapa.

Benedicto plantea el relato a partir de la tensión entre aquellos momentos en los cuales los tres personajes coinciden en un mismo ámbito y aquellos otros en los cuales cada una de las mujeres transita un derrotero en solitario. Aquejada por el llanto en cualquier momento y lugar, Sofía atraviesa el luto con amargura y rencor, pero intenta aparentar una calma inexistente ante la presencia de sus hijas; Pachi comienza a fantasear con la posibilidad de que una pareja de hermanos gemelos no sean otra cosa que extraterrestres de visita en la Tierra; Irina, finalmente, comienza tibiamente a acercarse a una lugareña de su misma edad, dando inicio a la que, puede suponerse, es la primera relación sentimental de su vida. De esas tres historias particulares, la de Irina se revela como la de mayor sensibilidad y potencia dramática: la realizadora encuentra varias maneras de transmitir el terremoto íntimo que está sacudiendo a la chica a partir de escenas aparentemente (mentirosamente) triviales, como un paseo por un restaurante abandonado o una conversación a la luz de la Luna.

El de Sofía tal vez sea el menos interesante de los trayectos, no ayudado precisamente por un par de interludios de danza contemporánea que sólo pueden explicarse por el hecho de que la actriz que la interpreta es bailarina (nunca se aclara si ese es también el oficio o hobby del personaje). La súbita relación que establece con un técnico electrónico que viene a reparar un televisor y, casualmente, vive enfrente de su casa de “veraneo”, es otro de los elementos del guión que se sienten algo forzados, una excusa algo torpe para hacer avanzar la trama. Interludio aporta frescura en su retrato multigeneracional cuando logra registrar ciertos pequeños detalles en la relación entre los personajes, algunas miradas no del todo claras, las inevitables frases que lastiman. Pierde fuerza, en cambio, cuando siente que debe elevar la apuesta emocional o cerrar cada bifurcación de la historia con un calce perfecto.