Interestelar

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Un universo donde todo es explicado

En una nueva muestra de lo que puede definirse como “ciencia ficción crepuscular”, el director de Memento y la última trilogía de Batman subestima la inteligencia del espectador con una trama apocalíptica que abusa de subrayados y largos parlamentos.

Es un mal síntoma que Christopher Nolan sea, desde la trilogía de Batman en adelante, una de las voces autorales más reconocidas del Hollywood moderno y, por ende, uno de los pocos realizadores de su sistema de estudios con libertad creativa absoluta y luz verde para disponer a voluntad de presupuestos multimillonarios. Especialista en dotar a sus proyectos de una trascendencia por momentos insoportable, fanático irredento de la puesta en palabras de todos y cada uno de los mecanismos narrativos de sus films, y con la subestimación de la inteligencia del espectador promedio como norte innegociable, el realizador británico muestra en Interestelar una nueva recaída en todos los vicios adquiridos, sumándole además una ambición desmedida incluso para sus parámetros habituales.

El paseíto psicológico-onírico de El origen y la superposición de tramas de El caballero de la noche asciende son juegos de niños al lado de Interestelar. El opus nueve del británico no sólo es un menjunje temático (viajes espaciales, cruces y choques temporales, atisbos de filosofía new age, física cuántica) y referencial (Kubrick, Malick, Shyamalan y siguen las firmas); también es la elevación a la enésima potencia de la obsesión de Nolan por las distintas formas de control y manipulación, aplicándola ya no a la esfera social (Batman) o mental (El origen), sino a esa materia prima del cine que es, como bien marcó la reciente Boyhoood, el tiempo. Claro que todo es cuestión de forma e intención: si Richard Linklater acepta su avance irrefrenable registrándolo con un naturalismo ejemplar, el director de Memento imagina las mil y una formas de deconstruirlo y someterlo al arbitrio humano.

El punto de partida de Interestelar es propio de los exponentes de un subgénero que podría denominarse ciencia ficción crepuscular. Esto es: películas que relatan la supervivencia de pequeños grupos humanos dentro de un mundo inhóspito y devastado por una circunstancia reciente, siempre con la reinstalación de un orden social como meta. Las razones del Apocalipsis están generalmente asociadas a una guerra total, una invasión extraterrestre o la expansión de un virus a raíz de un caso de mala praxis médica, pero Nolan es un tipo muy progre y tiene una conciencia ecológica obvia y bienpensante digna de las peores épocas de M. Night Shyamalan, así que el presente imaginado es producto de una plaga que amenaza el abastecimiento de recursos alimenticios naturales.

Al igual que varios films de esa tendencia, como Oblivion: El tiempo del olvido, Elysium o Después de la Tierra, la solución consiste en emigrar la humanidad a otro planeta. ¿Marte? ¿Júpiter? No, la Vía Láctea es demasiado próxima para un megalómano como Nolan, por lo que las potenciales locaciones están a varios años luz y a un agujero negro de distancia, tal como le explica –porque aquí todo, pero todo, se explica– el profesor Brand (Michael Caine) a un Cooper (Matthew McConaughey) atónito. Aunque su sorpresa es improcedente: al fin y al cabo, él es un ex piloto de la NASA devenido granjero que llegó hasta esa base súper secreta gracias a un mensaje que la gravedad (!) le envió a su hija. A no preocuparse por la incoherencia de lo anterior: Nolan se egresó con honores de la escuela Shyamalan y jamás dejará un hueco para la interpretación del espectador.

Dos o tres planos después, Cooper está sentado en una nave espacial encabezando un grupo de astronautas dispuestos a todo con tal de salvar el mundo, incluso a internarse en una galaxia en la que una hora de viaje equivalen a siete años terrestres. Como Armage-ddon, la lejanía y el sacrificio latente encarnan la excusa perfecta para un sinfín de videos familiares y confesiones, hasta desembocar en un desenlace digno del Malick más metafísico y trascendente, todo musicalizado por una partitura de Hans Zimmer siempre lista para subrayar emociones. Porque Interestelar no sólo se explicita a sí misma mediante los largos parlamentos de sus protagonistas, sino que también puntea qué sentir y en qué momento, confirmando a Nolan como un director anómalo, quizás el único trabajador de las imágenes que, paradójicamente, descree de su poder subjetivo.