Intensa - Mente

Crítica de Soledad Castro - Cinemarama

Mucho se ha dicho ya sobre el largometraje número quince de Pixar, a favor y en contra. Yo lloré mucho durante la película y eso puede ser traicionero a la hora de escribir, porque suelen sobrar las palabras cuando uno está atravesado de un modo tan simple y físico por las emociones. Así que, queridos lectores, sepan que estoy hablando de una película con la que, sobre todo, me emocioné intensamente. Pero después de salir del cine me encontré con algunas objeciones que me llamaron la atención. Una de ellas es que la película no respeta el código de la aventura porque no existe en ella “peligro real”, porque la niña no pasa por ninguna situación realmente crítica. Primero, ¿qué es peligro real? ¿El peligro que corren los pececitos, las ratas o los juguetes de un niño? Es una categoría un poco extraña. Uno sabe que Woody va a volver a la casa, como sabe que Nemo va encontrarse con su papá o que Remy, la ratita cocinera, va a terminar salvando el día; eso no impide para nada sentir sus aventuras y llenarnos de adrenalina en cada una. Del mismo modo, en Intensa-Mente el peligro es completamente real: es el peligro de perder las emociones, de dejar de sentir. El conflicto es clarísimo: si Alegría y Tristeza se pierden, la pequeña Riley cargará con un trauma, con un dolor que le alterará la personalidad para siempre. ¿Hay un peligro más real que ese?

En las películas de Pixar suele suceder que se cruzan dos mundos que no deberían cruzarse; pasa algo que hace que un universo se entrevere con el otro y de ahí el conflicto: monstruos y humanos, ratas y cocineros, juguetes y niños, peces de pecera y de océano. La existencia de esos mundos paralelos genera una verosimilitud natural y fluida para la animación 3D y construye una forma de humor que cuenta con la virtud de funcionar al mismo tiempo para niños y para grandes, porque el “mundo real” está también ahí, en conflicto con lo fantástico. Es decir que la vida de los personajes de fantasía, los “irreales”, está condicionada por su relación con el otro mundo, el cotidiano. Aunque lo fantástico se encuentra esta vez dentro de la niña, y por eso forma parte intrínseca de “lo real”, Intensa-Mente cumple a la perfección con esta premisa. Más allá de los conceptos neurocientíficos que la película maneja, es evidente esa construcción de un “mundo dentro del mundo” que tiene sus propias reglas aunque interactúa con aquel. Y que tiene su propio diseño, claro.

Puede ser que resulte algo obvio que Tristeza sea azul y gordita, o Alegría parecida a Campanita, pero no puede olvidarse el trabajo increíble de combinación de elementos estéticos que implica el diseño de todo ese mundo que es el pensamiento de Riley. El color, la forma, el sonido y la luz son las variables que se combinan con una organicidad total para construir con realismo una versión casi insuperable del misterio humano. No hay que olvidar la dificultad enorme que significa ordenar el caos, volver visible lo invisible, graficar de forma comprensible lo que apenas puede enunciarse. ¿Cómo dibujar la interacción entre emociones y pensamientos? ¿Qué recursos utilizar para mostrar la complejidad del universo interior? La creatividad y la locura no están tan centradas en el quinteto de personajes principales (y por eso se les reclama una cierta “sutileza”, de la que carecen por representar emociones completas), sino en las soluciones encontradas para construir escenarios que, a pesar de tener elementos maravillosos, deben resultarnos conocidos para poder generar empatía.

Pensando en la película me vinieron a la cabeza dos materiales: Donde viven los monstruos, de Spike Jonze, y El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki. Esas miradas sobre la organización del universo emocional de la infancia son mucho menos concretas: no hay una representación clara y cerrada de cada emoción sino un cúmulo caótico, poético, de sensaciones atravesadas por una multiplicidad de significados posibles. Intensa-Mente opta por una versión simplificada e identifica muy claramente el cerebro con una sala de comandos que llena de explicaciones, dualidades y certezas científicas el planteo de la película: esto es la alegría, esto es la tristeza, esto es el miedo, esto es la furia. Pero lo interesante es cómo, a medida que avanza, esas premisas se resquebrajan para convertirse en otra cosa, para complejizarse al punto de reconocer su propia falencia. El cuestionamiento de las dualidades y la evidencia de la ilusión que supone representar de ese modo tan simplificado la relación entre emoción y pensamiento termina resultando fundamental en la inteligencia del planteo. Es como si la película se volviera sobre su propio eje y basara la resolución en una guiñada emotiva que cualquier pibe puede comprender: no hay alegría sin tristeza ni furia sin miedo; el lenguaje no alcanza para nombrar los sentimientos. Pero lo que sí hay son personas con las emociones adormiladas, con la infancia muerta y las “islas de personalidad destruidas”, sin capacidad de ingenuidad o asombro y sin rastro de retorno.

Intensa-Mente es una película muy original y muy bella. Hace llorar a las almas nobles.