Balada de un hombre común

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común supone uno de los clímax de la extensa filmografía de los hermanos Coen. Oscar Isaac compone en el filme a un cantautor de Nueva York de la década de 1960 que intenta abrirse paso sin éxito.

El documental de anécdota increíble Searching for Sugar Man registraba la posibilidad milagrosa de que un músico, de trayectoria soberbia pero desconocida, se consagre muchos años después en carne propia en un escenario improbable para él, en el continente africano. Pero la pregunta que late todo el tiempo bajo la revancha merecida del modesto Rodríguez es qué hubiera pasado si el músico hubiera muerto efectivamente sin haber sido nunca conocido.

De ese derrotero sombrío y decididamente trágico propio de la fantasmal lista de artistas que nunca triunfan se alimenta Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común, la última película de los hermanos Coen. Y la derrota se materializa en la figura lastimera del cantautor Llewyn Davis, eficazmente interpretado por el casi desconocido Oscar Isaac, quien se carga la película al hombro como a su guitarra, aunque el filme termine llevándose más honores que los de su errática carrera.

Davis pertenece al contexto del efervescente Greenwich Village neoyorquino de comienzos de la década de 1960, en donde se cocía una nueva camada de estrellas del folk estadounidense cuyo máximo exponente sería Bob Dylan, quien en la cinta de los Coen aparece sólo una vez, de perfil y en la oscuridad de un escenario junto a su inconfundible voz nasal. Es en uno de esos antros neblinosos de mesas anónimas, no por nada llamado Gaslight Cafe (“Café Luz de Gas”), donde se prueba Davis, mientras le manguea cuartos prestados a sus amigos adonde va a pasar la noche con la única compañía de un gato anaranjado. Y la presencia del gato no es casual en la película, que esquiva el patetismo predecible a base de oportunas intervenciones de buen gusto, esas que han hecho de los hermanos Coen un sello sólido a pesar de que su único hit sea El gran Lebowski. Y es que, quizás justamente por el hecho de ser dos directores bajo una misma firma, no es posible hallar un verdadero leitmotiv en sus películas: el talento de ambos es descentrado, fugaz, lujosamente chispeante.

Ese gesto indescifrable, tan enigmático como superficial, es el que expresa de manera inmejorable la cara de Isaac, una mezcla de hastío, tristeza, aburrimiento y bronca contenida que explota brevemente hacia el final, aunque después él también tenga su merecido.

Sin subrayados, ni risas, ni moralinas, Inside Llewin Davis: Balada de un hombre común es el clímax sin grandilocuencia de un estilo que se interroga a sí mismo sabiendo a la vez recurrir a esos efectos que le rinden tan bien, desde el gato anaranjado, hasta John Goodman, Justin Timberlake o Carey Mulligan. El aceitado manual de estilo de dos hermanos no tan comunes.