Balada de un hombre común

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Para los Coen si la historia humana fuera un simple de vinilo, mostrarían el lado B

Desde el punto de vista de la música y la literatura estadounidense entre los años 1957 y 1961 comenzó una gran transformación cultural que venía dando, no obstante, algunas señales anteriores. Para muchos 1957 es un año clave con la publicación “En el camino” de Jack Kerouac. En el Greenwich Village había otra movida cultural hacia finales de los cincuenta con la música folk influenciada e inspirada por ese libro. En realidad por todo lo escrito por la Generación Beat. Soplaban otros aires y mientras en Chicago el blues y el soul repuntaban con el sello Motown, Nueva York acunaba el folk que tendría a Bob Dylan como estandarte. Claro, su música y poesía influenciaría toda la historia del rock y el pop de Los Beatles a Radiohead, y de Estados Unidos al mundo entero.
Esta introducción (a la cual claramente le faltan nombres influyentes) sirve para dar paso a la versión de los hermanos Cohen de todo éste mundillo. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es músico, tal vez poeta. Está en Manhattan buscando hacer su propio camino como todos los artistas de su mismo palo. Toca y canta su música en los bares de la zona céntrica tratando de ser escuchado por algún productor y relanzar su carrera como solista. Alguna vez tuvo un gran éxito con el dúo que integraba, del cual intenta desprenderse para avanzar hacia su nuevo proceso creativo. Llewyn sabe que no es fácil. Hay que aguantar como se pueda, aún si esto significa vivir en casas ajenas, dormir en sofás, o simplemente ir y venir para que el tiempo pase.
“Balada de un hombre común” comienza con una secuencia eslabón. Una parte de una cadena de sucesos que al engancharse se vuelven cíclicos. Como siempre inspirados en “La odisea”, de Homero, presente en casi toda su filmografía, los dos hermanos no saben (ni quieren) compadecerse de sus personajes, aunque tampoco los condenan. Por caso, la de Llewyn es una más de todas las historias pertenecientes a aquellos que “no llegaron”, aun intentándolo fervientemente. En esa primera escena se muestra al cantante en un bar en tres planos muy cercanos. Lo escuchamos cantar un tema completo en un doble acierto de puesta, el primero, es situarnos en la época, el segundo, funciona como muestra del ritmo narrativo de la historia. Una forma tácita de recordar que hubo un momento en el cual no había un control remoto para saltear las canciones. Era otro tiempo con más tiempo, incluso para soñar.
Joel y Ethan Cohen, una de las grandes duplas creativas de la historia del cine, nunca van a creer en el lado luminoso de la vida, por el contrario, si cada historia humana fuera un simple de vinilo ellos muestran claramente el lado B. El tema que casi nunca es corte de difusión, pero está y forma parte de la vida.