Inframundo: Guerras de sangre

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Fatiga de materiales
Ni siquiera la figura de Kate Beckinsale logró levantar el interés y la calidad de una saga que nunca terminó de despegar.

Siempre, casi siempre, hay un punto en que las sagas muestran la fatiga de materiales, sobre todo cuando las cantidades de billetes y materia gris puestas en juego no encuentran el equilibrio o el desequilibrio ideal (como sucede en Harry Potter o en Rápido y Furioso, por citar dos ejemplos virtuosos bien disímiles).

La saga Inframundo nunca terminó de despegar del todo y no ha podido cumplir el sueño de ser para el universo de los vampiros y los licántropos lo que Resident Evil es para el de los zombis. La figura de Kate Beckinsale –que ha puesto más la cara que el cuerpo en el proyecto– como Selena no basta para dar ese salto de calidad que diferencia las producciones monótonas de las auténticas gemas de la cultura popular.

Pero si en las entregas anteriores el producto se sostenía por un sentido desenfrenado de la acción y por la fuerza de los efectos especiales, esta quinta merece un aplazo en ambos ítems. Por un lado, los diálogos y las escenas de transición se alargan más de lo necesario hasta rozar el límite de lo exasperante. Por otro lado, los diseños digitales de los hombres lobos –en especial en los momentos de la transformación– carecen del dramatismo y la fluidez que se supone que deben tener esta clase de ficciones.

Y en términos argumentales, los guionistas (un verdadero ejército de seis personas) confundieron sutileza con complicación. Así pusieron tantos personajes secundarios y subtramas sobre la supuesta historia principal que hasta el más genial de los escritores de sinopsis (el del sitio imdb.com) se resigna a un ínsipido renglón que podría describir cualquiera de las entregas precedentes: "Selena lucha para terminar la eterna guerra entre el clan de los Lycans y la facción de vampiros que la ha traicionado".