Infierno grande

Crítica de Celina Demarchi - La Izquierda Diario

Infierno Grande
por Celina Demarchi

“Hay una hora en la tarde en que la llanura está por decir algo” Jorge Luis Borges.
María (Guadalupe Docampo) es una maestra que vive en un pueblo de La Pampa con su marido, candidato a intendente (Alberto Ajaka) que ejerce la violencia física y verbal sobre ella. Un día de tantos, cansada de los abusos, decide llevar a cabo lo que ya venía pensando: escapar.

En una destartalada camioneta, con una escopeta y transitando los últimos días de embarazo, emprende la huída. En su derrotero, a través de caminos pampeanos y pasando por pueblos y paradores olvidados, se va encontrando con personajes típicos: un cura que viaja con su parroquia en bicicleta, el desterrado de la sociedad, marginado y nada loco, el viajante que mercadea con todo y capaz de vender hasta su perro por unas chirolas, el policía que husmea y pone obstáculos y un habitante de un pueblo originario que, ya sin tierra ni lugar, deambula y protege.

Todos ellos dan marco a la historia que gira en torno a María y su búsqueda de una vida mejor tratando de llegar a Naicó, un pueblo que no figura en el mapa.

En su segundo largometraje, Alberto Romero, (Carne Propia, 2016), se mete de lleno en un tema candente y recurrente en el cine: la violencia de género. Para ello, elige el paisaje pampeano. Y no es menor. El Caldén, el árbol típico de la zona, se deja ver siempre. De madera dura y resistente a la aridez y a la sequía, persiste, sobrevive en tierra desértica. Como María, la protagonista. A la inmensidad y a la intemperie, se enfrenta esta mujer de aparente debilidad pero con la fortaleza suficiente para desafiar a todo aquél que se interponga en la odisea hacia su liberación.

Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres afirma que “el silencio y la reserva son estigmas que se adquieren en la llanura, donde la voz humana parece intimidarse ante la vastedad de la tierra” a este silencio, a esta soledad y vastedad, María le pondrá ruido, grito ahogado de una mujer que no se detendrá hasta lograr salvarse y romper con ese tedium vitae de los pueblos y que le ha impuesto su marido quien irá tras su pasos, como un cazador persiguiendo a su presa. El motor de su cacería será la necesidad de tener a su mujer al lado para la campaña política y su herido ego de macho abandonado.

La claustrofobia de vivir en un pueblo, sin salida aparente, contrasta con la inmensidad de una tierra que ha padecido las políticas neoliberales, los trenes han desaparecido y los políticos feudales detentan su poder en los pueblos.

Guadalupe Docampo se pone al hombro este personaje, alternando fuerza y fragilidad, es perseguida y está embarazada, hechos que la ubican en una situación tal de vulnerabilidad que cuesta pensar que logrará su objetivo. Docampo saca adelante esta heroína pampeana de gestos suaves y firmes, plasmando a través de su mirada, la duda, el miedo, el hartazgo y la determinación. Y será un hombre originario, quien la acogerá en su casa y le dirá “no podés escapar siempre” palabras que la confrontarán con una difícil decisión que deberá tomar inexorablemente.

Pocas palabras, el silencio del ambiente y esta mujer que dirá con hechos que hay una salida posible. Infierno Grande es una mezcla de diversos géneros, un road movie y un western, con un duelo final al mejor estilo de los spaghetti western de Sergio Leone o del clásico western de Sam Raimi, Rápida y Mortal. Al mismo tiempo recurre a otros elementos, como la voz en off del futuro hijo, recurso que generará más incertidumbre respecto al desenlace.

Una película pequeña, valiente, con una duración justa, que mantiene la tensión y que no se queda a medio camino, se la juega, sin medias tintas. Y llega la hora en que la llanura está por decir algo, y esta vez lo dice.