Infancia clandestina

Crítica de Guido Anselmi - Cinematografobia

POR UN CINE-SENTIDO
Y así vivir

El cine creído, el cine pensado, el cine visto y el cine por ver. El cine verdad, el sin verdad. Una realidad ontológica y objetiva, una nueva e infinita subjetividad; el cine espejo, como imitación de la vida, como su copia fiel, como su autoretrato, como su más auténtica ficcionalización; el cine imposible, como un arte inabarcable, como una palabra sin sentido, como un grotesco absurdo. El cine, así nomás.
Podríamos ser ambiciososo y podríamos intentar definirlo; buscarle conceptos, llenarlo de palabras, atraparlo para nunca más dejarlo ir. Podríamos y de hecho lo intentamos aunque de nada y para nada nos sirva, porque lo realmente difícil y complejo está y aparece en todo lo demás. En lo no dicho; en todo eso que no se puede decir. En la pregunta que surge acerca de su sentido y acerca de su utilidad: ¿Para qué sirve el cine? ¿Sirve en verdad? Preguntarse cómo y a través de dónde tiene que pasar su búsqueda. ¿Qué buscamos? ¿Qué se busca al hacerlo? ¿Qué se busca al mirarlo? Son preguntas que nos incluyen a todos y que se constituyen como un hecho social -como un hecho comunicacional-. Como respuestas aparecen palabras y aparecen conceptos -ética-estética-ideología-educación-entretenimiento-industria-poder-conciencia-, pero también y por supuesto, aparecen muchas más preguntas. Cada tanto, se vislumbra un sentido. Que se prende y se apaga, que pareciera estar en esa misma búsqueda. Un sentido que también está en sentir.
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Natalia Oreiro, Teo Gutiérrez Moreno y César Troncoso. La familia protagonista de Infancia Clandestina.
?"Las ideas inicialmente siempre tienen una raíz emocional, todo concepto político o social surge de una pregunta emocional de uno, que en algún momento tuvo una inquietud, algo que le pasó ante una realidad." De eso habla Benjamín Ávila al referirse a su primera película de ficción, a su Infancia Clandestina. De las ideas, pero sobre todo de las emociones. "De algún modo, la idea de la película es tocar esa raíz emocional, la que genera la idea. No la idea en si. Ayuda a ablandar, a volver a humanizar." Habla de la emoción que nos acompaña en esta historia cruda y difícil, inmersa y perdida en una época mucho más difícil aún, en donde precisamente lo ideológico era arrancado de los huesos. La década del setenta en la Argentina, la última dictadura militar. La historia de Juan, un chico que vuelve de su exilio en Cuba junto con sus padres, montoneros decididos a repatriarse y a enfrentar al enemigo en casa -casa tomada-. La historia de Ernesto, un chico que en plena entrada a la pre-adolescencia tiene que aprender a adaptarse no solo a su nuevo colegio y a sus nuevos compañeros, sino a un estado de situación político tan violento como envolvente, que impregna el aire y que lo tiñe todo, con la suciedad latente de una guerra que explota en silencio, escondida y por detrás. "Esta película lo cuenta desde lo cotidiano, como lo vivíamos nosotros. Era abrumador, no por lo terrible, sino porque era así." La historia de Ernesto y de Juan, que no son otra cosa que una misma persona: el Chango, como le dice su papá. Este pequeño protagonista (interpretado por el joven debutante, Teo Gutiérrez Moreno) en la etapa más importante para el desarrollo y la identificación social, creciendo en medio de una sociedad imposible, carente de libertades, perdida.
Y si hablamos de crecimiento también hablamos de sentido, porque hablamos nada más y nada menos que de la dirección de nuestras vidas. Crecimiento que nace y que se completa en la búsqueda: la del joven protagonista por un lado, y la de su realizador, una treintena de años después, por el otro. Búsqueda que es doble, que es una continuación causal en el tiempo (las causas y las consecuencias de esas mismas causas), y que parte desde la emoción. Benjamín Ávila y su necesidad de contar y de contarse. Esta historia, su historia; su mirada, su recuerdo y su sensación; la mirada del adulto que fue niño y que ahora se mira serlo. La película como perfecta sublimación.

??Y todo esto que decimos está ahí. Está en los encuadres y está en la dirección. Está en el bosquejo perfecto que engloba el aspecto técnico de lo formal: la preponderancia de los planos cerrados, de los planos detalle, de las abstracciones y del mostrar la parte por el todo; el montaje por cortes desprolijamente precisos, con un ritmo que luce en secuencias como la del comienzo en el barco y el paso a la argentina o como en la fiesta de cumpleaños del Chango; el uso de la profundidad de campo y la importancia que cobra el enfoque y, también, por oposición, el fuera de foco -es por medio de su hábil manejo y utilización que se le da un valor claro a la mirada y que se remarca con precisión el punto de vista: es esa, más y mejor que nunca, la mirada del niño, que busca y que ve lo que otros (los adultos) no saben o no pueden ver-.
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Los ojos vendados. Un estado de situación. La abuela llegando a la casa de su familia,
para el cumpleaños de su nieto. Cristina Banegas y uno de los personajes mejores logrados.
Podemos claramente hablar de una idea especular que atraviesa la película, en donde implícitamente el juego de las miradas y los espejos cobra fuerza y vitalidad: el chico que mira, la cámara que lo mira mirar, y el director-protagonista (más que nunca) que se mira mirar su "realidad". Y siempre desde la emoción. Sus emociones. No cantar el himno, por no saberlo. No querer izar la bandera, por llevar "el sol de guerra". Sus recuerdos y sus sueños. Su abuela. Su tío Beto (Ernesto Alterio y los paralelismos pensados con La historia Oficial en la que actuaba su padre Héctor, que no hacía otra cosa que interpretar a un militar involucrado en la expropiación de bebés). El maní con chocolate. Los dibujos y las animaciones (Andi Rivas). La violencia y la incomprensión. El amor. La sexualidad. Las escenas oníricas que, con mayor o menor acierto, orquestan el filme (destaca el sueño que el Chango, parado frente a un inodoro al aire libre, tiene con ella, su compañera de colegio y su primer gran amor, que lo abraza y lo besa por detrás, y en donde la orina que había sido sufrimiento físico en la primer secuencia de animación -el tiroteo en la puerta de la casa-, ahora sabe ser placer y orgasmo; giro sutil e inteligente que no se da, por ejemplo, en el sueño que tiene con su tío, que se le aparece después de muerto, restándole fuerza y quitándole tensión a su desaparición, a su muerte repentina y sorpresiva, tanto para el chico como para el espectador). Todo esto dentro de una realidad tan irreal como la realidad misma. Tan absurda y tan ilógica. Una "irrealidad" extremadamente ilógica. Todo esto, y sobre todo, sus ganas sentidas y no pensadas, por escapar a otro lugar.
Son muchos los temas que envuelven al filme, pero hay uno que, a nivel prensa, la caracterizó en particular. La política con sus aseveraciones, es en Infancia Clandestina un tema fundamental. Y lo valorable en mi opinión es el lugar desde el que lo político se construye, por el tipo de abordaje que la película hace y por la mirada de niño/adulto que lo hilvana todo. Porque su origen parte de lo que hablábamos antes. Porque la política llega cuando deja de ser puro mensaje y pasa a ser emoción. Sentir algo del otro. Sentir por el otro. Sentir al otro. Porque la política llega cuando el discurso se abre a la interpretación, y cuando el resultado no es otra cosa que la inclusión verdadera de todos esos discursos particulares y su puesta en acción.
???Y porque de emociones se trata es que me animo y me doy el gusto de hablar sobre una en particular, de carácter personal, que me recorrió al ver el filme: la sensación de que cuánto más cerca está, la cámara más libre es; de que es allí donde pareciera encontrar la mayor fidelidad posible, "la fidelidad siempre imposible"; y de que eso es tan así, que el hecho de que la cámara allí se quede se vuelve una necesidad casi inevitable para el provecho de la película: la necesidad de latir con los personajes, la de seguir el ritmo de los actores y no el de la estructura de un "guión". Cuando se da esta sinergia, mezcla de magia inexplicable y de trabajo profundo, es cuando la maquinaria inmensa se vuelve chiquita y cuando realmente se llega a apreciar en su totalidad, porque se naturalizan los personajes y porque las situaciones no hacen otra cosa más que fluir. Es cuando, de forma maravillosa, la emoción nos roza la piel y nos desnuda. Cuando el guión, tanto tiempo antes pensado y repensado, logra disolverse en las escenas (en el aquí y ahora del rodaje), y cuando la organización propia del cine se deja desestructurar. Es en los momentos en que la cabeza parte y se va, dejándole el lugar al sentir del que hablábamos antes -la famosa dicotomía entre pasión y razón; el famoso dilema entre usar la cabeza o usar el corazón-. Lo que pasa es lo que se siente y no lo que se piensa o lo que se pensó que iba a pasar cuando se concibió el filme, cuando se hizo el casting, cuando la familia Puenzo aceptó producir, cuando los actores ensayaron la escena, o cuando los técnicos prepararon los equipos. Y lo que se lamenta -o lo que al menos yo lamenté de Infancia Clandestina-, es que esta fluidez no sea constante y que así como bien sabe prenderse, no puede evitar apagarse y diluirse en la tipicidad narrativa, apareciendo allí las escenas innecesariamente discursivas (el momento en que el Chango le pregunta a su madre sobre el amor, en un plano cenital que los muestra a los dos desparramados en el pasto, o la secuencia de los niños en el campamento recreando la llegada de Colón al continente americano, como ejemplos exponenciales de esto que intento decir) y distanciándonos, al menos en parte, de lo verdaderamente sentido. Como si fueran necesarias las explicaciones evidentes de los personajes. Como si no bastara la mirada para poder entender. Allí pareciera estar el error. Y aquí pareciera cobrar fuerza la tesis inicial.??
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"-Quiero estar con vos para siempre. -¿Me lo prometés? -Con toda mi alma."
??La sensación de que lo que vive en "verdad", es lo no dicho -la palabra que creemos siempre tan necesaria, y que no hace más que servir como elemento aditivo y decoroso, que le resta fuerza a la imaginación; siempre y cuando se trate de sentir y no de conceptualizar-. Lo que aparece después o antes de lo que se pensó hacer. Los momentos fuera de lo común, en los que la búsqueda de la mirada de Ávila encuentra no la recreación de su verdad pasada, sino su verdad actual. Su destino y su agradecimiento. Su sentido.
????En síntesis, hablemos de Infancia Clandestina como un acierto. Contar una historia tan difícil -por vivida, y revivida- no es cosa fácil, y el acierto está en poder contarla desde otro lugar, desde otro mundo y otra mirada, pura y sensata, que fue virgen en algún momento y que ahora rompe, mundanamente contaminada, con esa virginidad, revalorizándola, cubriéndola de sentido y hablando sin hablar, desde un proceso y una madurez pensados, pero sobre todo sentidos. No hace falta que la película al empezar nos diga "basada en hechos reales", porque eso ahí está, a nuestro alcance, a nuestro mirar, a nuestro sentir. Todos estos como factores importantes que se hacen notar y que están ahí en la forma del filme, que a su vez es contenido y que también, a su vez, transporta un determinado mensaje. Comunicación de formas y de contenidos que su torna válida solamente en la heterogénea interpretación. Sin conceptos. Porque lo realmente importante no es cómo nos llamemos, sino cómo queramos nosotros, hacernos llamar. "Soy Juan".