Implosión

Crítica de Mario Betteo - Cine Argentino Hoy

“Implosión” de Javier Van de Couter. Crítica
La vida dañada.
Marío Betteo Hace 2 semanas 0 78
“Implosión” es un ejercicio de memoria y un doblez de la historia. Javier Van de Couter se ocupó de realizar este film presentado en la Competencia Oficial Argentina del Bafici. En esta nota, una mirada diferente a cargo del psicoanalista cinéfico, Mario Betteo.

photoRafael Junior Solich, en 2004, protagonizó un espantoso hecho que sacudió a la sociedad argentina. Con quince años de edad había asesinado a tres de sus compañeros de grado y herido a otros. Apenas había entrado al aula del secundario que concurría en Carmen de Patagones cuando abrió fuego con un revólver extraído de su propia casa.

Reducido por otro compañero, su acto dañó la vida de Rafael, de sus víctimas, de su familia y de la familia de los asesinados y heridos. A partir de ese instante, sus vidas quedarían irremediablemente dañadas.

Javier Van de Couter se ocupó de realizar un film, “Implosión”, de reciente estreno en la edición 22 del Bafici 2021, en un formato de ficción pero protagonizado a la vez por dos de los sobrevivientes de aquel hecho.

La cámara los acompaña durante todo el rodaje, en una especie de road movie, en búsqueda, 14 años después, de su amigo asesino. Este ha desaparecido, junto con su familia, de todos los lugares conocidos. Escasos medios de prensa se han logrado acercar a Rafael, quien como un fantasma, puebla la zona como un rumor, como un relato sin cuerpo. El film, se encarga de hacer que Pablo y Rodrigo, entreverados con otros amigos, enlazados por esa peculiar rivalidad y erotismo que envuelve a algunos grupos de hombres juguetones, algo matones, alegres y embriagados, decidan salir a la cacería, a la búsqueda de su antiguo compañero de clases que de casualidad no los asesinó en aquel fatídico día. Cada uno de los dos ha quedado marcado para siempre, con cicatrices de los impactos de bala que literalmente los atravesaron.

La película fluye en esa zona gris del relato ficción y la “realidad”, donde el espectador forma parte de esa partida de caza, que involucra a dos seres muy iguales y muy disímiles, plagados de contradicciones e irregularidades, impulsados más por un oscuro recuerdo que por una planificada venganza.

Este film no está emparentado con las películas de Chang Yoo Park, cuya trilogía de venganza deslumbró con su estética y su calculada estrategia de justicia, del ojo por ojo. Van de Couter, debido a que es un realizador de estas comarcas, habitadas por sujetos de otra idiosincrasia, de otro lenguaje e historia, la convierte rápidamente en una suerte de “tragedia criolla”, más cerca de personajes de Martín Fierro que no saben muy bien para qué quieren encontrar a su casi asesino, si es para acabar con él o para hacer un acto de ajuste de cuentas de palabra o para sacarse de encima el dolor que parece imborrable de aquel trágico hecho.

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Una implosión es algo que sucede cuando un cuerpo, su envoltorio digamos, no resiste la presión de afuera y estalla hacia adentro. Un ejemplo fue el del submarino San Juan, cuando la presión del agua superó la residencia de la estructura y se vio convertido de golpe en una chatarra. Esta es la tesis que maneja el director y guionista. La explosión del revolver muestra el adentro/afuera, presiones del entorno de Rafael, presiones que nunca quedan verificadas ni alcanza para saber cómo es que Junior (otro renglón le cabe esa nominación de un fanatismo extremo) fue afectado por lo que decían acerca de él. Tampoco si hubo o no verdaderos juegos violentos sobre él, ni si cuando le dijo a la jueza que todos lo cargaban por un grano que le había salido en la nariz, alcanzaba para explicar lo inexplicable.

El silencio ha sido la marca de esa familia. El padre habiendo sido sub-oficial de la Prefectura Naval Argentina, fanático de Boca Juniors (de allí el segundo nombre de Rafael), poseía el arma que luego fue gatillada por su hijo, y por eso sufrió una condena de 50 días de arresto por haber dejado desatendida el arma en su domicilio. Poco y nada se sabe de ellos. Un curioso trato de familiaridad es el que se estableció entre la jueza que llevó la causa y Rafael. Se sabe lo que hablaron en el primer interrogatorio y se deduce de él que se desprendió una especie de piedad hacia el joven asesino, debido a la incomprensión y lo inimaginable. Fue declarado inimputable y alojado, más adelante, en un reclusorio psiquiátrico hasta que salió en libertad.

La película es un ejercicio de memoria y un doblez de la historia. El enemigo íntimo ha poblado la memoria de los dos chicos (ahora hombres) que no pueden olvidar, que están permanentemente siendo acosados, como los conejos en el campo, por el arma de un cazador. Toda vida es una vida dañada.

Lo absolutamente particular y único es el modo en el que cada quien vive con esa marca imborrable, por más que se la quiera eliminar. Porque la memoria también es un aliado del amor. También se sufre debido al recuerdo de alguien que ha sido amado y no correspondido. La venganza tiene su doble filo. Hay que atreverse a realizar una venganza, sin vacilar ni huir de la escena. Hay que estar convencido que un nuevo crimen borrará el daño anterior, pasando de ser víctima a victimario. Generalmente es a la justicia a la que se pide que intervenga para desviar la intención de la venganza, que se ocupe de educar/disciplinar/castigar.

El film muestra cómo Pablo y Rodrigo se pierden finalmente en el laberinto del Minotauro. ¿Habrán podido salir siguiendo el hilo de Van de Couter?

Crítica: Mario Betteo

Edición periodística: Andrea Reyes

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