Imperio de luz

Crítica de Martín Goniondzki - Cinéfilo Serial

El director de «Belleza Americana» («American Beauty» -1999) y «1917» (2019) nos presenta un melodrama situado en la década de los ’80 en el que se luce Olivia Colman.

Ya hace bastante que venimos hablando y siendo testigos en la pantalla grande de esas llamadas «cartas de amor» al cine, donde directores consagrados miran en retrospectiva sus carreras y deciden homenajear al medio que tan populares los volvió. El caso más reciente, y uno de los más logrados, quizás fue «Los Fabelman» (2022) del querido Steven Spielberg, pero tuvimos incontables ejemplos a lo largo de los últimos años. Como toda tendencia que es explotada hasta el hartazgo, se incurre en un agotamiento bastante notorio incluso para el espectador.

Pese a esto y a que la crítica especializada no acompañó del todo al nuevo opus de Sam Mendes, «Empire of Light» (título original de la película) cuenta con algunos pasajes interesantes y una interpretación maravillosa de Olivia Colman («La Favorita», «La Langosta»). El largometraje se centra en Hilary (Colman), una mujer que es la manager de un bonito complejo de salas de cine en Margate, una ciudad al sudeste de Inglaterra. Hilary lleva una existencia bastante tranquila y algo solitaria, y su trabajo parece ser casi todo lo que ocupa su vida. Día a día coordina a los jóvenes que trabajan en el local y también atiende el puesto de golosinas que se encuentra en el hall del edificio. Sus compañeros de trabajo son el Sr. Ellis (Colin Firth), dueño del lugar, Norman, el proyectorista del complejo (Toby Jones) y un grupo variopinto de jóvenes entre los cuales se encuentra el simpático Stephen (Micheal Ward), un joven afrodescendiente que sacará a Hilary de su aparente estado de letargo.

El principal problema de «Imperio de Luz» parece ser que aborda e incurre en varios lugares comunes tanto en lo que respecta al «homenaje al cine» como al melodrama y los personajes que lo protagonizan. Sus accionares van llevándolos a un desenlace predecible y familiar. Por otra parte, quizás tenga una sobreabundancia de temas a tratar (el cine, el amor, el racismo, el abuso sexual, la salud mental, etc.) haciendo que no se termine de profundizar en todas las cuestiones que propone de igual manera. No obstante, Mendes es un narrador bastante hábil y logra que el espectador se interese por los personajes y sus problemáticas más allá de prever el desenlace.

A su vez, la bonita y melancólica banda sonora compuesta por Atticus Ross y Trent Reznor, que parece acompañar al conflicto interno que tiene el personaje de Hilary (realmente Coleman sorprende con su pericia como actriz una vez más, incluso cuando se cae en un terreno conocido) y la maravillosa fotografía del maestro Roger Deakins embellecen el relato, nos trasportan a la convulsionada Inglaterra de los ’80 de una forma más que convincente y sin ningún tipo de reparo a la hora de denunciar los atropellos que se cometían en el ámbito político y social.

Es en este panorama lleno de tensiones raciales y otras tantas cuestiones, que las personas se refugiaban en el cine como forma de escapar de la realidad al menos por un rato, siendo testigos de varios clásicos y gemas del séptimo arte. Quizás ese sea el principal mensaje que intentaba dar Mendes, aunque se le metieron algunos otros temas de la agenda actual y es ahí donde se pierde un poco el rumbo. De todas formas, y pese a los reparos mencionados con anterioridad, «Imperio de Luz» es un melodrama disfrutable que brilla e incluso se beneficia del enorme compromiso de su protagonista.