Imparable

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Un tren que no lleva a ninguna parte

Hay películas (no sólo hollywoodenses) que inmediatamente remiten a los planes de sus productores: uno no imagina detrás a un guionista o un director reflexionando sobre cómo dar forma a inquietudes personales, sino a empresarios pensando estrategias para lograr un buen negocio. De proyectos gestados con estas premisas han surgido, muchas veces, obras maestras, pero también se ha abonado el terreno del material descartable.
Imparable es uno de esos productos rutinarios, realizado a partir de la combinación de dos o tres argucias ya muy conocidas: una situación de peligro que genere tensión (en este caso, un tren cargado de material tóxico que avanza sin control), un par de personajes opuestos (un maduro curtido y un joven inexperto, lo que, de paso, sirve para reunir a un actor consagrado con un novato que le guste a las chicas, como aquí Denzel Washington y Chris Pine), y, a veces, el punto de partida de “una historia real” (lo que le da cierto carácter testimonial al asunto).
Se podrá decir, a favor de Imparable, que es un ejemplo legítimo de cine de género, pero la realidad es que, procurando crear un clima de nerviosismo y aturdimiento desde el comienzo y hasta el final, la película termina aburriendo. Si hubiera algunos momentos de calma generaría sobresaltos, pero al mantener un ritmo siempre febril, una vez instalado el conflicto todo parece pasar por enfocar desde distintos ángulos al tren embravecido, cubriendo las imágenes con una música que tampoco se detiene. Lo mismo ocurre con los personajes: lo poco que se llega a saber de los protagonistas es por unos breves diálogos dentro del tren, mientras que los demás (familiares, compañeros de trabajo) aparecen fugazmente, sólo para poner las expresiones de susto o angustia de rigor.
Finalmente, sería bueno discutir los méritos de Tony Scott (North Shields, Inglaterra, 1944) como director. En Imparable despliega toda una artillería de recursos –virtuosos planos aéreos, bruscos acercamientos de cámara– que resultan más decorativos que efectivos en términos narrativos. Incluso en el final, en el que ya no hay tren ni suspenso, la cámara gira enloquecida alrededor de los personajes sin motivo alguno. Ese estilo fragmentado, artificioso, que parece adoptar elementos del lenguaje publicitario (donde todo, como aquí, es atractivo y lustroso) o de la urgencia televisiva (de hecho, la historia de ficción de Imparable se confunde ocasionalmente con fragmentos de noticiarios que muestran lo que va ocurriendo), no parece adecuado para calibrar la emoción o la sensación de inquietud. La película distrae, pero no compromete al espectador. Al mismo tiempo, el guión escrito por Mark Bomback incurre en ingenuidades bastante irritantes a estas alturas, tomando conflictos e irresponsabilidades laborales con ligereza.
Películas con personajes huyendo en un tren cuya marcha no cesa ha habido varias (desde Escape en tren, de Andrei Konchalovsky, hasta la ingenua y simpática Corazón de fuego, del uruguayo Diego Arsuaga), y en todas es posible encontrar cierta idea de fuga, de libertad, de necesidad de torcer el destino. El tren de Imparable, en cambio, aunque indómito y temerario, no lleva a ninguna parte.