Il nome del figlio

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

La italiana Francesca Archibug llevó al cine la obra teatral "Le Prénom".

Existe en el cine un fantasma llamado “teatro filmado”. Término injurioso que consistiría en películas que responden a la unidad de tiempo y espacio característica del teatro. Las acciones se limitan a la expansión que efectúan los personajes a través del diálogo.

No hace falta que el teatro filmado salga de una obra de teatro; Los Ocho más Odiados, de Tarantino, es un ejemplo saludable, inclusive grandes momentos de Tarantino generan una atmósfera teatral, asimismo en la filmografía de Woody Allen. Curiosamente, en ambos cineastas, el teatro filmado no tiene nada de teatral: la cámara rechaza la restricción del proscenio y adopta la consciencia de un lenguaje cinematográfico: imagen en movimiento, montaje, valores de plano.

El problema aparece cuando no se conjugan ambos lenguajes. El nombre del hijo da perfecta cuenta de este trauma, película inspirada en la obra francesa Le Prénom, que quizás a más de uno le suene porque estuvo en cartelera este verano en Mar del Plata, protagonizada por Carlos Belloso y Germán Palacios.

Todo transcurre durante una cena de amigos de infancia. Cada personaje es un estereotipo lleno de tics para trazar diferencias y hacerse rápidamente reconocible. Hay dos parejas: una compuesta por un twittero y un ama de casa estresada, y otra por una embarazada frívola y un arrogante adinerado; en el medio, un amigo soltero bonachón. Los cinco personajes articulan una dinámica de grupo forzada y caricaturesca, piezas que se mueven según la necesidad de llegar a un clímax, sin importar la verosimilitud.

En esta obviedad de enroques, giros y alianzas a lo largo de una velada, los hilos del teatro filmado se hacen presentes, y su directora, Francesca Archibugi, más se enreda mientras más intente alejarse de ellos. Que el montaje sea frenético no hará menos teatral el asunto; que se recurra a flashbacks innecesarios y a una voz en off sobreexplicativa, tampoco.

A estas mañas debe agregarse un texto de un cancherismo intelectualoide despreciable, líneas que pondrán a los personajes en riña por el fascismo inconsciente de uno, que quiere llamar Benito a su hijo, aludiendo, desprevenidamente, a Benito Mussolini. También citan a Sthendal, Marx, Pavese y compañía, y la casa en donde transcurre la hora y media de película desborda de libros. Libros que funcionan como decorado, claro está.