Ikigai

Crítica de Felix De Cunto - CineramaPlus+

¿Qué hacer cuando la muerte golpea tan fuerte, revelando las grietas y la fragilidad de la vida? ¿Dónde se encuentra ese combustible tan difícil de conseguir para continuar lo más liviano posible? En su segundo trabajo documental, el director Ricardo Piterbarg encuentra una de las tantas respuestas posibles a estas incógnitas existenciales mediante un retrato íntimo y sincero de Mirta Regina Statz, una artista plástica, compositora y bailarina de tango que tuvo la desgracia de estar trabajando como cualquier otro día aquel 18 de julio de 1994 en una de las oficinas de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), sin saber que en cuestión de segundos el edificio se volvería puro escombro, y marcaría uno de los muchos punto y aparte que moldearon la historia del país.

La protagonista, quien se desempeñaba como jefa de tesorería de la mutual, es apenas una de las muchas sobrevivientes de la tragedia, apenas una historia entre tantas esquirlas que salieron volando después de la explosión. Pero lo interesante aquí no es tanto las testificaciones en primera persona de ella sobre qué hacía en el preciso momento en que explotó la bomba, que si bien ella, lo recuerda, también hay detalles mínimos, personas que ya no están, fantasmas que se fugan de la memoria, y esas cosas, dice, las que olvida, son las que le hacen mal. El documental se corre del núcleo duro del atentado para indagar en el poder curativo y motivacional que pocos espacios como el arte pueden ofrecer. La atención se centra en el proceso de ésta artista que encontró en el mosaiquismo la práctica más adecuada para darle una nueva forma a las marcas, los pedazos rotos, el quiebre que sufrió su mundo interior, al mismo tiempo que decidió hacer más expansiva su obra abriendo un taller comunitario en la calle Inclán. Motivada por la búsqueda del ser nacional encontró en la figura de Carlos Gardel, más precisamente en esa sonrisa estática, el camino para la realización de un mural en la fachada de su establecimiento con las diferentes creaciones que sus alumnos hicieron de la cara del tanguero.

Por eso, ni el nombre de la película, ni el subtítulo que lo acompaña, señalan directamente al acontecimiento de 1994, sino que en una homologación de la técnica artística de la protagonista. Piterbarg estructura el esqueleto del filme utilizando diversas imágenes y formatos (imágenes de archivo, entrevistas, filmaciones caseras) y en especial, desde múltiples aristas que en el fondo desembocan en un mismo pasado. El holocausto como ceniza impregnada en las huellas digitales de su familia y toda la comunidad judía, y después el terrorismo a la AMIA. El tango como el emblema que abrazaron los primeros inmigrantes europeos al bajar del barco. Ikigai, el término japonés elegido por el director para sintetizar el mensaje del filme: una razón para vivir.

Por Felix De Cunto
@felix_decunto