Igor. El bueno de la película

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Igor, un genio escondido

Hay personajes que nacieron para protagonizar y otros creados para acompañar. Claro que como premisa para un relato resulta muy divertido pensar en lo que pasaría si la criatura en las sombras tomara un lugar en el centro del escenario. Esta es la historia que impulsa a Igor . El film animado transcurre en el reino de Malaria, una tierra que luego de una supuesta tragedia que oscureció el sol encontró que la más lucrativa forma de sobrevivir era exportar maldades. Así, sus mayores productores son un grupo de científicos locos que fabrican extraños aparatos con gran capacidad para hacer el mal. Todos con nombres de sonoridad germánica, los inventores siempre tienen intenciones nefastas y un ayudante a mano, Igor, para bajar la palanca y darle vida al monstruo. Las referencias a Frankenstein dan el puntapié inicial de una catarata de guiños a la cultura popular -especialmente la norteamericana-, muy graciosos para los padres jóvenes pero que probablemente excedan los conocimientos y los intereses de los chicos a los que supuestamente está dirigido el film.

Si en Shrek la idea de invertir los roles del héroe y el villano típico de los cuentos de hadas fue acompañado por un guión inspirado, aquí la intención de subvertir los papeles al imaginar al científico como un mediocre y a su ayudante como el verdadero genio desesperado por crear vida no va más allá de la buena idea inicial. Con una estética que le debe mucho al imaginario de Tim Burton (especialmente a El extraño mundo de Jack y El cadá ver de la novia), Igor intenta abarcar, con ironía, muchos aspectos de la vida moderna. Especialmente de la vida según Hollywood. Así, el monstruo creado por Igor resulta ser una mujer que por una serie de malentendidos cree ser una actriz a punto de triunfar. La criatura llamada Eva canta canciones del musical Annie y tiene en su lista de cosas para hacer tomar clases de yoga y adoptar chicos del mundo entero. Por momentos muy graciosa, en un estilo irónico y sorprendentemente incorrecto políticamente, la película funciona mejor como homenaje -merecidísimo- a El joven Frankenstein de Mel Brooks que como film para que disfrute el público infantil.