Igor. El bueno de la película

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Crítica Digital

Jugar y divertirse con monstruos

Cuando una película de animación tiene libertad y juego, existe la posibilidad de que la pasemos bien. Igor es de esa clase: aunque tiene un presupuesto generoso y voces famosas (en inglés, no en las copias que veremos en nuestro país), lo que importa aquí es la cantidad de inventos visuales y cómicos que, en una historia que carece de puerilidades, nos regalan un mundo. La historia gira alrededor del personaje que da título a la película, ni más ni menos un ayudante de científico loco que no tiene en realidad vocación para la perversión y quiere crear cosas propias, en un mundo donde lo que prima es el interés económico y la competencia desaforada. Todo el universo de Igor es el de las películas de terror, pero transformadas merced a un diseño muy creativo en cuentos de hadas: después de todo, son lo mismo.

Lo que cuenta en esta película de enorme inteligencia es que el rigor narrativo no conspira en ningún momento contra la capacidad de invención. En efecto: los realizadores parecen haber jugado con todos los elementos que podían e incluso con algunos más. Hay tanto (buen) humor en las imágenes que amenazan con distraernos de la trama. Que –y aquí es donde aparece el gran mérito- nunca pierde su rumbo ni su peso. En ese punto todo se combina: qué mejor para contar la historia de unos inventores locos y desaforados que los inventos locos y desaforados generados por los realizadores, consiguiendo el paradójico efecto de un mundo libre y al mismo tiempo riguroso, donde hasta el más pequeño de los gags tiene su peso narrativo. Y hay a patadas: cada personaje, cada aspecto del ambiente juega un rol humorístico y hace que el universo creado para el film parezca mucho más grande que lo que se ve en la pantalla.

Por supuesto, como suele pasar en esta clase de films, hay algunas enseñanzas y moralejas que no se alejan de la corrección política. Sin embargo, es lo que menos importa porque, por un lado, no está subrayado (no es un film “para chicos que aprenden en el cine”) y, por otro, porque el placer de mirar y el goce de la comedia son suficientes como para que cualquier ripio deje de tener importancia. Un film riguroso y divertido: es decir, una excepción a la regla.