Igor. El bueno de la película

Crítica de Florencia Gasparini Rey - A Sala Llena

A más de un año de su estreno en Estados Unidos y luego de haberse visto por primera vez en nuestro país en la sección BAFICITO, dedicada al cine infantil en la última edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, finalmente llega a las salas Igor, este adorable monstruo que, aunque se empeñe en ser malo, en el fondo tiene un corazón noble.

Cuenta la historia que en Malaria, la tierra que habita Igor, todos los jorobados son los lacayos, los “Igores” de los inventores, científicos desquiciados que trabajan en pos del mal. Un detalle particular en Malaria es que la economía de este lugar se mantiene en base al dinero que reciben del resto de los países, a cambio de no liberar a todos los maléficos inventos que podrían acabar con el mundo… ¿no les suena conocida esta historia? ¿Acaso no es una inteligente metáfora del desequilibrio que reina el mundo, del terror que insuflan los grandes sobre los más pequeños y desprotegidos?

Volviendo al argumento de la peli, nuestro Igor es inteligente y quiere ser inventor, pero el defecto físico de su espalda se lo impide. Cierto día un experimento fallido de su amo, el doctor Glickenstein, le da la oportunidad a Igor de darle vida a su máximo invento: Mela, una monstruo mezcla de Hulk y Sally, la novia de Jack. Con la ayuda de otros dos de sus inventos con vida –un conejo inmortal y un “cerebro”– que Igor tiene escondidos, intentará ganar el Concurso Anual de Ciencia de Malaria, pero los problemas no tardarán en llegar cuando el más malvado (y fracasado) de los inventores le quiera robar su creación.

Las similitudes a nivel estético y argumental con El extraño mundo de Jack saltan a la vista desde el primer minuto del film, aunque la calidad con la que está realizada en ambos aspectos la deja lejos de poder competir con este clásico. Pero aún así, Igor no deja de ser una historia original, con profundos valores de camaradería y un gran sentido de la bondad. Porque, por supuesto, en un mundo donde reina la maldad, finalmente triunfa el bien, demostrando que con el poder del corazón se puede cambiar el mundo.

Los chistes pueden ser poco efectivos por momentos, pero la película tiene el timming justo para no terminar aburriendo. Además, la acompaña un soundtrack que los grandes disfrutarán de principio a fin, de esos que dan ganas de saltar como un niño sobre la butaca y ponerse a bailar.

Igor es una película que merece ser vista, porque estamos viviendo en un mundo que no dista demasiado de la caricatura planteada en Malaria, y necesitamos historias con finales felices, con el amor triunfando sobre el mal, y con personajes que, a pesar de tener todas las de perder, no dejan de luchar por sus ideales.

Un mensaje claro y puro para los niños y por qué no, para los grandes, porque un poquito de esperanza nunca viene mal…