Identidad secreta

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Un conflicto apto para adolescentes

Por aquello de que el público se renueva, aun los clichés del espionaje según Hollywood recuperan frescura cuando los protagoniza la camada de actores jóvenes. Taylor Lautner, el chico lobo de Crepúsculo, interpreta en Identidad secreta a Nathan, un adolescente como muchos. La película de John Singleton (Rápido y furioso 2) plantea, primero, la crisis de personalidad propia de la edad, para luego armar una trama de thriller, con mucha acción.

Nathan está loco de contento, va a una fiesta, se emborracha, se enoja con sus padres, que se enojan con él. Un minuto asomado a Internet le cambia la vida y lo pone en la pista que nunca debió conocer. El tema de la búsqueda de la verdadera identidad vira hacia el descubrimiento que lo pone en la senda de la violencia y una serie de secretos que lo obligan a huir.

Lautner compone bien el personaje conflictuado que hace terapia para dominar sus problemas de insomnio, impulsividad e ira. De todas maneras, el fuerte del actor es el trabajo físico frente a la cámara. Además de la dosis de romance junto a Lily Collins (Karen).

Identidad secreta convoca a la platea más joven, al tiempo que combina con picardía los ingredientes de una posible saga, con el muchacho que descubre su historia familiar y la Cía protegiéndolo. Queda abierto el futuro del personaje que ahora sabe que su padre es un peso pesado de la Agencia, a quien no alcanza a ver en el momento decisivo.

“Entraste a un mundo caótico”, le dice uno de los responsables de la operación, Burton (Alfred Molina). El actor logra verse entre amenazante y amigable con el chico. En ese mundo que el común de los mortales no imagina, una lista con nombres puede generar una movida extraordinaria por calles y bosques, sobre rieles o en un estadio de béisbol colmado.

La película ofrece cantidades suficientes de vidrios estallando y balas, también, el folklore de la Agencia más temida del planeta, con sus hombres de anteojos oscuros y movimientos robóticos. Predomina en el guión la ingenuidad narrativa y el tratamiento esquemático del género al que los espectadores entran, quizá, con menos inocencia de la que supone el director.

La película, entretenida y rica en efectos, incluye a Michael Nyqvist, el actor sueco de Millennium, en el rol del espía malvado. En tanto Sigourney Weaver, como la psiquiatra, pone la ambigüedad de su personaje al servicio de una especie de hada madrina contemporánea.