Huye

Crítica de Santiago Armas - Cinemarama

Como se suponía, la Norteamérica de Trump da que hablar y mucho. Está claro que la sociedad estadounidense está sufriendo enormes cambios a nivel político y social tras la elección de un polémico candidato conocido por sus declaraciones xenofóbicas y actitudes bastante retrogradas para quien no sea un auténtico americano. Y Hollywood en general, conocido por su mirada más progre e inclusiva del mundo, no iba a tardar en responder. Es así que podríamos considerar la opera prima del comediante Jordan Peele, ¡Huye!, y su inesperado éxito en la taquilla en Estados Unidos, como la primera (y seguramente no la última) película definidamente antisistema de la nueva era. Pero lo meritorio de ¡Huye! no es eso en sí mismo, sino que su comentario social aparezca bajo el disfraz de una clásica película de terror y paranoia como las que los estudios solían hacer en los años 60 y 70, con La invasión de los usurpadores de cuerpos y La noche de los muertos vivos como ejemplos claros.

No es arbitraria la mención a la película seminal de George A. Romero de 1968, ya que tanto aquella en su momento como ¡Huye! ponen al frente la cuestión de las tensiones raciales que aún subsisten en la sociedad norteamericana. En ambas nuestro héroe es un hombre de color que debe luchar frente a un entorno hostil que no acepta su condición y quiere destruirlo a como dé lugar, aunque es cierto que Peele no es Romero y su película hace más obvio su mensaje sobre la intolerancia. Como si fuera una versión terrorífica de Adivina quién vino a cenar, ¡Huye! cuenta la historia de una pareja interracial conformada por el joven afroamericano Chris y su novia blanca Rose. Cuando ella lo convence de ir a conocer a sus padres a su finca privada en las afueras de la ciudad, el aire cada vez se vuelve más incomodo. La falsa amabilidad progresista de los futuros suegros (“hubiéramos votado por Obama por tercera vez”, repiten una y otra vez), el hecho de que todos los sirvientes de la casa sean de raza negra y actúen de forma extraña y robótica, además de otras cuestiones como sesiones de hipnosis por parte de la madre, generan en Chris una extraña sensación de inseguridad y rareza que quien conoce las reglas del cine de terror sabrá leer como indicios de que todo está por explotar. Lo interesante del guion escrito por el propio Peele es la forma en que se toma su tiempo para ir generando esa misma incomodidad en el espectador. A la manera un poco del cine del primer Michael Haneke, el director asusta con herramientas simples y sin exagerar mucho en cuanto a tensión se refiere. No hace falta que muestre imágenes sangrientas o efectos de sonido extraños para entender que estamos ante un ambiente raro, solo basta mostrar a la sirvienta o al jardinero como para dejar en claro que algo no está bien en ese lugar. Sobre el final, cuando el director ya se vale de los clichés clásicos del género y pone demasiado en evidencia el mensaje de odio racial, ¡Huye! se resiente un poco, pero por suerte Peele no se toma todo demasiado en serio; personajes como el del policía amigo del protagonista entregan liviandad e ironía en un relato que de por sí ya es bastante siniestro. El tiempo dirá si la opera prima de Peele fue una base fundadora de varios filmes de protesta que vendrán durante el mandato de Trump o si se trató de un fenómeno aislado que capturó un momento crítico de los Estados Unidos. Lo cierto es que, mientras la critica venga disfrazada de un relato entretenido y bien narrado como este, será bienvenida.