Huye

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Cuando el terror se viste de negro.

El debut como realizador de Peele tiene algo de sátira social, de thriller paranoico y del terror más desmelenado.

¿Fundación del black horror? Desde ya que no, teniendo en cuenta que en plena fiebre del blaxploitation de los años 70, hubo un Drácula negro llamado Blacula. Pero lo cierto es que de allí en más hubo más bien pocos realizadores afroamericanos dedicados a hacer cine de terror desde una perspectiva específicamente racial. Hasta el punto de que ni Spike Lee lo intentó. Y ahora de pronto aparece el menos pensado, Jordan Peele, cómico televisivo conocido en Estados Unidos por su dúo con su colega y amigo Keegan-Michael Key (en la primera temporada de la serie Fargo hicieron de dos detectives no muy brillantes), quien sobre guion propio produce el que se considera el debut más promisorio en el género en lo que va del año. ¡Huye! tiene algo de sátira social, de thriller paranoico y, claro, del terror más desmelenado. Ése que termina en una o varias mesas de operaciones, con aparatos extraños listos para concretar experimentos aun más extraños.

Peele dice haberse inspirado sobre en The Stepford Wives, aquella novela de Ira Levin que conoció dos versiones en cine (años 70 y 2000). Recordemos: una recién casada (Katherine Ross, Nicole Kidman) llega con su marido a un lugar paradisíaco, donde las mujeres se comportan de manera ideal… para sus maridos. Resultan ser robots, y la protagonista deberá escapar de ese destino. Como en ambas versiones de The Stepford Wives, ¡Huye! está fotografiada con diafragma abierto y colores netos, resaltando la luminosidad de este paraíso. El joven fotógrafo afroamericano Chris Washington (Daniel Kaluuya) es invitado por su novia blanca Rose Armitage (Allison Williams) a pasar unos días en casa de sus padres, calmando sus inquietudes en el sentido de que no son racistas. Los padres de Rose, Dean (Bradley Whitford, conocido por su papel en The West Wing) y Missy (Catherine Keener, una de las musas del indie de los 90 y 2000) son la gente perfecta para pasar un fin de semana en su casa: tienen plata, instrucción y amabilidad. Dean es neurocirujano y hubiera votado a Obama por un tercer período si hubiera sido posible; Missy es psiquiatra, especializada en hipnosis.

Lo que es un poco raro, y ellos lo reconocen, es que esta gente tan progre tenga personal de servicio de raza negra. Más raro aún, teniendo en cuenta que la casa, y la propiedad en su conjunto, evocan alguna de aquellas white mansions de Savannah o Tennessee, de tiempos del esclavismo. Pero lo más raro de todo es la conducta de los criados. Walter observa al recién llegado con resentimiento, y Georgina de pronto se queda abstraída, con ojos duros. El contacto con un amigo encenderá una alarma definitiva. La película de Peele es ambiciosa, sobre todo para una opera prima, y el realizador y guionista sale airoso. Cruza géneros con acierto (al mismo tiempo que aumenta la paranoia al interior de la finca, en el exterior crece la figura de Rod, el amigo de Chris, torpe agente de seguridad de transporte aéreo, que funciona como contrapeso cómico), logra muy buenas escenas de miedo (la carrera de Walter hacia cámara, en medio de la noche, pone los pelos de punta, y es lo más sencillo del mundo; la lotería con señas es una extravagancia) y en el terreno de la política racial desliza un par de comentarios de gran audacia. Uno es el de la letal envidia al hombre negro; otro, el de la poca confiabilidad de los liberals, que cuando se dan vuelta pueden ser de temer. Finalmente, claro, el hecho de que el protagonista negro se llame Washington, como el padre de la patria.