Huye

Crítica de Christian Rodriguez - La Agenda

Rajá, negro, rajá

¡Huye! es una película de terror social en la que el monstruo son los otros, pero también es una comedia satírica y un estudio sobre el racismo.

Los fans del cine de terror son gente rara. Pagan el precio de una entrada para someterse a los caprichos de un director perverso. Arrellanados en sus butacas acumulan tensión, se remueven incómodos, desvían la vista ante lo intolerable, saltan asustados, suspiran aliviados. ¿Por qué alguien querría entregarse voluntariamente a semejante aeróbic emocional? Hay una explicación biológica, dicen “los estudios”. Parece que a ese baño de adrenalina le sigue la liberación de endorfinas y opioides, y esas sustancias producen una sensación placentera. Pero aun así, a muchos este argumento hormonal-hedonista no los convence y esquivan al cine de terror porque lo consideran berreta: los protagonistas son “víctimas bobas”, que en vez de optar por soluciones obvias (huir inmediatamente, llamar a la policía), avanzan curiosos hacia su propia aniquilación.

¡Huye!, la primera película como director de Jordan Peele (una de las mitades del dúo cómico Key & Peele), es al mismo tiempo, varias películas. Es, fundamentalmente, una película de terror clásica -el subidón de adrenalina-, pero también una comedia satírica, y también un estudio en profundidad sobre las distintas formas del racismo. Esto último podría hacerla parecer pesada o pedagógica, pero no: se trata de entretenimiento perfectamente ejecutado, disfrutable de punta a punta, que además puede pensarse y discutirse largamente (conviene reservarse tiempo para un café post película). La película quiere ser un éxito de taquilla y una película de culto a la vez. Lo primero ya lo logró (recaudó 170 millones solo en Estados Unidos), y va camino de lograr lo segundo, si se piensa en la cantidad de artículos de opinión y debates en foros que generó.

El argumento es sencillo y está tomado directamente de ¿Sabes quién viene a cenar?, el clásico de 1967 en el que una joven blanca le presenta su novio negro a sus padres, supuestamente tolerantes. En ¡Huye!, los padres, que no saben que el novio de la hija es negro, lo reciben con algarabía y abrazos. Y con una exagerada hospitalidad. Tan exagerada que resulta incómoda, y por momentos muta a morbosa, cuando en una extraña fiesta los invitados, todos blancos y ricos, parecen fascinados con la potencia física y sexual del novio. ¿Son raros, analfabetos emocionales con poco contacto con alguien que no sea blanco y rico, o son, simplemente, peligrosos? En ese vaivén ambiguo se hamaca la película. Al fin y al cabo, hospitalidad y hostilidad comparten la misma raíz etimológica.

Pero antes de mostrarnos a la pareja protagonista, hay una escena que funciona como prólogo, donde se ve a un joven negro caminando de noche por una calle vacía, en un suburbio. Está perdido, no logra ubicarse con el GPS del celular. Un auto pasa lento, gira en U y frena. No hagas nada estúpido, se dice él, seguí caminando. Lo están siguiendo. Hoy no, pide él, susurrando, casi rezando, yo no. Una figura enmascarada baja del auto, lo inmoviliza, lo desmaya, y lo mete en el baúl. Este prólogo encapsula la película entera. Entendemos en esos pocos minutos iniciales que estamos en terreno clásico (la figura enmascarada que surge de las sombras y ataca es un tropo típico del género terror), pero esos tropos serán usados para hablar de cuestiones más amplias (la escena es una obvia referencia a Trayvon Martin, el joven negro asesinado en 2012 por un guardia de seguridad, en un suburbio blanco).

Esa pequeña escena introduce también el tono y el estilo del director: está filmada en un traveling continuo y flotante, la cámara se adelanta a la víctima, duda, gira, retrocede y vuelve a girar, y la tensión crece en el ida y vuelta entre la víctima en primer plano y el peligro que se insinúa en la profundidad de plano. Peele no es un director canchero, y este virtuosismo técnico es un comentario existencial: solo vemos con nitidez lo que tenemos cerca, pero algo titila borroso allá atrás. Cada uno eligirá cómo ajustar el foco (no es casual que el protagonista sea fotógrafo, y que vea mejor a través de la lente de su cámara que con los ojos desnudos).

Terror y horror suelen usarse como sinónimos, pero no lo son. El terror es la sospecha creciente de que algo está mal. El horror es, en cambio, la comprobación de que ese mal existe. Es entonces cuando descubrimos cómo funciona (y a veces es demasiado tarde). En ¡Huye! ese terror es social, el monstruo es los otros, esa red de vínculos que debería sostenernos pero que puede también asfixiarnos y matarnos. Esa asfixia, ese encierro tiene acá un ritmo pausado, porque el director quiere que nos identifiquemos con el protagonista, que vivamos a través de él la experiencia de ser negro hoy en Estados Unidos (y, con apenas leves cambios de coordenadas, ser gay, mujer, pobre, extranjero, etc). Y para que esa identificación no se rompa, debemos verlo como alguien inteligente, no como la típica “víctima boba” de las malas películas de terror. Si algo extraño pasa, se le prende una alerta amarilla o naranja, y luego vemos al protagonista evaluando y decidiendo, ¿me voy o me quedo? Si no huye es porque lee estas señales como microagresiones, es decir, gestos racistas dispersos, accidentales.

El terror funciona manipulando nuestra botonera biológica y ancestral. Hace millones de años vivíamos en un mundo atiborrado de amenazas. Frente a la aparición de un peligro repentino, por ejemplo un depredador, nuestras respuestas instintivas son básicamente dos: luchar o huir. De esas dos maneras responden las víctimas en una película de terror cuando aparece el monstruo. Si el terror es social, como en ¡Huye!, estas respuestas pueden pensarse también en su dimensión social. Peele confesó en una entrevista que había decidido hacer la película cuando se dijo, hace unos años, que la llegada de Obama a la presidencia inauguraba una era post-racial, y el racismo se convertiría en un residuo vintage de negros demasiado quejosos. No deberíamos tolerar estas incomodidades, parece sugerir la película, esa tolerancia puede ser una trampa, y la paranoia es, a veces, inteligencia.

Se nota que la película fue hecha por un fan del terror. Hay referencias a clásicos del género como El resplandor, La noche de los muertos vivos, Aquí vive el horror (The Amityville Horror), El bebé de Rosemary, Halloween, etc. También hay un uso inteligente del diseño de sonido (los sonidos de la intemperie -el ruido del viento o de los grillos-, aparecen y desaparecen, convirtiendo en tensión algo que debería calmarnos). Hay también ironías oscuras (prestar especial atención a cómo funciona el algodón, ese algodón que los esclavos del Sur recogían en las plantaciones). Hay también diálogos y gestos que se leen de una manera distinta en una segunda visión, cuando entendemos realmente lo que se está diciendo.

La película tiene, además, el mejor título posible. En inglés es Get Out, que se puede traducir como se tradujo (¡Huye!) o mejor, más argentinizado, más urgente: “¡rajá!”. Pero “get out” se se usa también cuando sentimos que nos están tomando el pelo, que alguien nos está haciendo una broma. Es un “¡¿me estás jodiendo?!”. ¿Deberíamos rajar (porque vivimos en una de terror), o se trata solo de una broma, más o menos pesada, (porque vivimos en una comedia)? ¿Somos víctimas del mal o del absurdo? ¿Son dos versiones de lo mismo? Esa ambigüedad es en este caso generadora de tensión, pero también multiplicadora de significados.