Humano

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

A veces hay que salir al exterior para encontrarse a uno mismo. Esta frase para un extracto de libro de autoayuda, o slogan para una campaña publicitaria de turismo, o leit motiv de road movie. Sin embargo, el director Alan Stivelman la convierte en tan real como palpable. Su documental no convencional Humano propone un viaje hacia el interior más profundo de nuestro ser, y lo hace emprendiendo un escape hacia el exterior más alejado.
Hay varios datos que llaman la atención en Humano, escapándonos de lo meramente técnico del análisis del film, se podría decir que estamos ante un film de la “nueva era”; antes de arribar a su estreno comercial en una sala porteña, no sólo fue exhibida en distintos circuitos alternativos como es cada vez más común con nuestro cine argentino que la lucha desde abajo; su viaje (expresión nunca mejor utilizada) comenzó en internet, a través de un sitio cooperativo mediante el cual cualquiera, desde cualquier parte del mundo, puede acceder al film – en copia online o adquisición del DVD – por una módica suma colaborativa; esto ya nos da una pauta, Humano es un film con el objetivo de llegar a todo el mundo.
El propio director se pone en primera persona para mostrarnos su viaje de reflexión hacia el centro de Los Andes, en busca de un sacerdote (más precisamente Paqo) llamado Plácido al que conoció hace algunos años. Es este ser especial, y el ambiente con mucho de mítico lo que ayudará a Stivelman a salir de sí mismo, a descoporizarse y fundirse con el todo para llegar a la raíz del ser humano.
A través de una fotografía imponente y algunas animaciones ejemplificativas, el film indaga (o intenta hacerlo) en las preguntas que hacen a la esencia del ser, aquellas que nunca han tenido, ni tendrán a ciencia cierta, respuesta alguna; lo que Humano nos demuestra, es que, quizás no haya una única respuesta, que hay tantas respuestas como individuos, y que las mismas se hallan en nuestro interior.
Humano es un trabajo claramente introspectivo a la vez que exteriorizador, hay muchas enseñanzas en él de parte del propio paisaje y de parte del hipnótico Plácido, pero a su vez, nos demuestra que las palabras sobran al prevalecer el sonido ante, los espacios enormes, y la contemplación silenciosa (o armoniosa a través de la música) de la naturaleza misma.
Stivelman plantea un documental ambicioso, con una estructura difícil de definir. No hace falta aclarar que no es una película de vértigo y ritmo constante, es un film que necesita del espectador y su predisposición para completarse. Una aventura al autoconocimiento.