Huérfanos de Brooklyn

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

OTRO SHOWCITO DE NORTON

Los motivos por los que un actor decide ponerse detrás de cámaras y dirigir deben ser innumerables. Y mucho más inescrutables si, como en el caso de Edward Norton, pasan casi dos décadas entre su ópera prima y su segundo film. Ese es el tiempo que transcurrió entre la apenas simpática comedia romántica Divinas tentaciones y esta Huérfanos de Brooklyn, tiempo en el que además Norton pasó de ser un referente de la nueva generación de actores de Hollywood a casi un paria sin demasiados proyectos. Huérfanos de Brooklyn, también un film diametralmente opuesto en su tono a Divinas tentaciones, es una adaptación de la novela del reputado escritor Jonathan Lethem y tiene (tal vez de ahí el interés del actor por volver a la dirección) múltiples elementos que la vuelven una película en busca de prestigio: un elenco y un tema importante, la recreación de un género fundamental como el noir y un personaje con características especiales que habilitan el lucimiento para el actor.

En Huérfanos de Brooklyn Norton interpreta a Lionel Essrong, ayudante y protegido de un detective privado que investiga un misterioso caso. Lionel sufre el síndrome de Tourette y esto lo lleve a tener una serie de tics que son utilizados por el actor y director para construir su showcito personal insoportable. Es a partir de la presencia de Lionel que la película genera una distancia insalvable con el espectador, puesto que más que un personaje lo que vemos es a un actor componiendo una criatura algo molesta. De todos modos Norton sigue más o menos fielmente las reglas del film noir y convierte a Essrong en el típico protagonista de los relatos negros, que atraviesan instancias que los superan y caminan siempre por la cornisa mientras se abren múltiples puertas: Huérfanos de Brooklyn es, en última instancia, un film político que piensa los años 50’s como el germen de ese capitalismo prometedor de progreso y causante de la degradación social que tanto se ha afincado en el presente.

Hay una buena noticia en la película: Norton no intenta el neo-noir ni mira el género con el cinismo canchero con el que muchos lo han mirado. Simplemente lo recrea, aunque en esa recreación termine preso de demasiados lugares comunes y clichés, desarrollados sin gracia. El problema fundamental de la película, además de la afectada interpretación de Norton, es su falta de brío, una ausencia de tensión que vuelve todo demasiado intrascendente, enredado por demás y moroso sin límites. Cuando Bobby Cannavale, Ethan Suplee o Leslie Mann aportan su costado cómico, la película al menos se ve con una sonrisa. Pero no sucede muy a menudo en un film larguísimo que ni siquiera tiene la valentía de asumirse como una reescritura de Barrio Chino. Sin ánimo de spoilear, hay en sus giros, en la representación del poder como un espacio de inagotable perversión mucho de lo que sucedía en aquel film de Roman Polanski. Huérfarnos de Brooklyn luce entonces como un ensayo, el borrador de la película que nunca fue.