Hotel Transylvania 3

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

NAVEGANDO AGUAS PELIGROSAS

Al igual que sucediera con sagas animadas como Shrek o Mi villano favorito, Hotel Transylvania comienza a ingresar en esa zona incómoda donde se va licuando su gracia inicial y sólo la venta de entradas justifica su existencia. Y como en aquellas, la sucesiva inclusión de conflictos familiares permite no sólo estirar la anécdota hasta el agotamiento sino sumar personajes que le den algo de aire a sus tramas cada vez más convencionales. Primero fue la aparición del yerno de Drácula, luego la del nieto de Drácula y ahora, en la tercera, la del interés romántico de Drácula: la misteriosa capitana de un crucero donde llevan al conde para que baje un poco el estrés. Hotel Transylvania 3: monstruos de vacaciones vuelve a exponer su universo de sentimientos básicos y resoluciones simplonas, esta vez ligados a la posibilidad del protagonista de encontrar un nuevo amor y cómo impacta eso en el vínculo padre-hija. Sin embargo, falla en aquello que la distinguía, especialmente a la primera: la construcción de humor a toda velocidad y atolondrado.

El prólogo es estupendo: estamos en el pasado, Drácula y la prole viajan de polizontes en un tren, hasta que hace su entrada en escena el villano Van Helsing, especialista en cazar monstruos. La huida lleva a un brillante chiste de montaje donde vemos las fallidas cacerías de Van Helsing en una suerte de homenaje al Coyote y el Correcaminos. Esa velocidad y precisión en el humor slapstick es una de las mejores herencias del dibujo clásico que arrastra el ruso Genndy Tartakovsky, gran autor de animaciones televisivas (El laboratorio de Dexter, Samurai Jack) y director de las tres Hotel Transylvania. Otra cosa atractiva de su trazo, son los movimientos absolutamente antinaturales de sus criaturas, potenciando las capacidades del dibujo animado para satirizar lo real. Pero ese prólogo también es una muestra de los límites de Tartakovsky como realizador de largometrajes. A lo largo de toda la saga se nota demasiado que lo suyo es la construcción de pequeños segmentos de humor, que funcionan como sketches, y que a sus narraciones les cuesta fluir. De hecho hay un movimiento interesante que realiza reiteradas veces, y que tiene que ver con un desplazamiento lateral del plano donde se hilvanan múltiples chistes que disimulan la forma del sketch y que buscan integrarse con la narración (la película tiene algo de Jacques Tati por la sumatoria de chistes visuales enmarcados en un espacio definido). Es ahí donde Tartakovsky exhibe su cuota creadora y su visión de cómo la comedia puede pensarse, por encima del aspecto seriado que la película muestra por momentos. Es verdad que no hay pereza en el trabajo visual de Tartakovsky (como sí lo hay en el narrativo), pero tal vez Hotel Transylvania 3 lo que demuestre es que la gracia faltó a la cita o que aparece en contadas ocasiones, o cuando el formato de sketch se integra mejor.

Otra cosa que debe hacer la película es fusionar el estilo anárquico de la animación con el humor familiar de Adam Sandler, voz principal de la película. Hotel Transylvania no es un film ciento por ciento Sandler, pero es verdad que hay mucho de su imaginario dando vueltas y que varios de sus amigos aparecen en el reparto. Por eso que a Monstruos de vacaciones no le hubiera venido mal pensarse más como una experiencia tipo Son como niños 2, donde la trama era totalmente engullida en favor de la sucesiva elaboración de gags. A esta tercera entrega de Hotel Transylvania se la nota complicada, entre su acumulación de chistes y la necesidad de detenerse para desarrollar una trama que incluya la aventura. Esa libertad, que le falta y que se extraña (sobre todo cuando el conflicto se demuestra decididamente menor), aparece recién sobre el final, con una guerra de DJ’s con, ahora sí, mucho del humor pop de Sandler.

Lo cierto es que en Hotel Transylvania 3: monstruos de vacaciones hay algo agotador, que vuelve todo bastante irrelevante. En sus números musicales estirados, en sus chistes repetitivos y en sus moralinas algo conservadoras, la película se muestra como una franquicia al borde de la extinción, como ese crucero que lleva a nuestros personajes por aguas peligrosas.