Hotel Mumbai: El atentado

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Servilismo hasta la muerte

Al cine mainstream actual le encanta hacer películas para todos los públicos y al mismo tiempo respetar la estructura narrativa clásica -hoy francamente vetusta, considerando que vivimos en el más complejo y peor de los mundos posibles- de los “héroes” que llevan adelante su tarea con convicción y sacrificio, una mixtura que una y otra vez crea productos muy contradictorios a nivel ideológico que terminan quedando a merced de ataques desde cualquier óptica ya que esta liviandad conceptual maniquea se presta a la ridiculización con una enorme facilidad, casi como invitándonos a subrayar que las víctimas nunca son héroes porque no luchan desde un ideario propio sino más bien siguen un instinto de supervivencia que poco y nada comparte con los verdaderos combatientes que se alzan contra un poder concentrado que juzgan autoritario o injusto, autor de genocidios vía políticas de estado o acciones de empresas privadas que responden a ese oligopolio del capitalismo occidental.

Hotel Mumbai (2018) es un ejemplo paradigmático de lo anterior: hablamos de un intento de relato testimonial más en la tradición de Paul Greengrass y Kathryn Bigelow que en la línea de Costa-Gavras y Gillo Pontecorvo, aunque a decir verdad este opus del australiano Anthony Maras, su ópera prima, no logra ir más allá del arte de balancear el realismo multifacético del primer dúo de cineastas (una descripción descarnada que no menosprecia a ninguna de las partes del incidente a retratar porque apuesta al caos coral de la trama) y todas esas payasadas del heroísmo versión hollywoodense y/ o de los medios masivos de comunicación contemporáneos de cualquier punto del globo (los “buenos” son aquellos que bajan la cabeza y hacen lo que se les dice contra un “malo” que parece haber surgido por generación espontánea y no es en pantalla lo que en realidad es, otro producto del accionar de los jefes de los “buenos” en distintas partes del planeta en pos de satisfacer su codicia).

El film retrata la cadena de atentados de noviembre de 2008 en Bombay en general y el ocupamiento de un famoso hotel en particular, el Taj Mahal Palace, establecimiento hiper lujoso que desde principios del Siglo XX es utilizado por las oligarquías del Primer Mundo para alojarse en sus visitas a la India, en términos prácticos uno de los hoteles más caros del mundo y situado en la ciudad más poblada de uno de los países más pobres y desiguales del planeta. Aquí tenemos una crónica cruda de los hechos, lo que implica que por suerte las masacres son sinceras y ocurren en primer plano, que humaniza tanto a los atacantes como a los blanquitos ricos que estaban hospedados en el Taj Mahal Palace (está el padre de familia que interpreta Armie Hammer y el militar putañero de Jason Isaacs) y a los siervos/ empleados/ esclavos del hotel que arriesgan su vida para salvar a los burgueses porque “el huésped es Dios” (tenemos el camarero de Dev Patel y el chef arrogante de Anupam Kher).

Maras construye una película correcta hasta ahí nomás que no escandaliza a nadie, ni a los que prefieren un thriller de acción o de encierro y les importa un rábano el sustrato político ni a los que se indignan con el ensalzamiento de las virtudes de los vasallos que defienden a la clientela del establecimiento sin poder distinguir entre los intereses del patrón explotador y los suyos. Hotel Mumbai tampoco abusa demasiado de la supuesta “intrepidez” del personal del lugar porque se propone esquivar los estereotipos norteamericanos en cuanto al adalid individual que de repente se transforma en cabecilla de una mini avanzada de contraataque, optando en cambio por una progresión narrativa adusta que echa mano del suspenso y no ofrece ninguna sorpresa dentro del rubro de los rehenes. Como ocurre en gran parte del cine actual, la obra se concentra tanto en el incidente concreto que jamás se molesta en contextualizarlo en serio, lo que genera que la cruzada de los terroristas termine siendo mucho más interesante que la de las víctimas o los patéticos policías y autoridades hindúes, quienes nunca pudieron identificar del todo a los responsables y su procedencia, si eran de Pakistán, de los sectores en disputa de Cachemira o de la misma India profunda…