Hotel de criminales

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El hervidero está tibio

Uno de los fetiches más insoportables del cine contemporáneo a nivel general es la obsesión con construir una pretendida pose cool y/ o “canchera” cuyo núcleo bobalicón, ridículo y perezoso está profundamente hermanado a los discursos de la publicidad, el marketing y un mundo del modelaje asimismo empardado al lenocinio de alta alcurnia símil escorts. Ahora bien, dentro del rubro de la mascarada preciosista más vacua y redundante lamentablemente en muchas oportunidades se suele echar mano de la noble iconografía del film noir porque su fauna prototípica -léase policías corruptos, antihéroes, femmes fatales, secundarios pintorescos, misterios, giros en la trama, ciudades marchitas, etcétera- se presta con gran facilidad para trastocarlo coartando su esencia revulsiva y dejando sólo una superficie brillante que poco y nada tiene que ver con aquellos orígenes inconformistas.

Tomemos por ejemplo la propuesta fallida que nos ocupa, Hotel de Criminales (Hotel Artemis, 2018), ópera prima de Drew Pearce que se parece a otro debut reciente, Terminal (2018), de Vaughn Stein, trabajos que asentados en el campo del thriller apuestan a un relato coral matizado con chispazos de comedia, frasecitas seudo aguerridas y un contexto nocturno y futurista que se agota en sí mismo ya que de tantas subtramas y personajes que no pasan del mero cliché, todo el asunto termina generando más indiferencia que ganas de saber cómo se resuelven las líneas narrativas abiertas desde el automatismo mainstream menos iluminado. Aquí lo más parecido a un personaje principal es Jean “la enfermera” Thomas (Jodie Foster), la directora del hotel del título, una suerte de hospital especializado en delincuentes que funciona como un club exclusivo para aquellos que tienen membrecía.

Hacia allí mismo llegan un par de ladrones que vienen de un asalto frustrado a un banco, los hermanos Sherman (Sterling K. Brown) y Lev (Brian Tyree Henry), con este último malherido producto de una balacera con la policía. En el lugar, además de Thomas y su asistente Everest (Dave Bautista), los muchachos primero se topan con Niza (Sofia Boutella), una asesina que se lastimó para ingresar al sitio en pos de dar con su víctima, y Acapulco (Charlie Day), un traficante de armas racista y misógino, y después con Orion “el rey lobo” Franklin (Jeff Goldblum), dueño del Hotel Artemis y capo del submundo criminal de Los Ángeles, y Crosby (Zachary Quinto), el hijo despiadado del anterior. El devenir se complica aún más porque Sherman fue pareja de Niza, los hermanos robaron involuntariamente unos diamantes a Franklin al tomar una pluma de un cliente del banco y Jean decide dejar entrar al establecimiento a Morgan (Jenny Slate), una oficial de policía herida, contradiciendo las normativas históricas del lugar en una movida que tiene que ver con el trágico fallecimiento de su hijo muchos años atrás, en apariencia por una sobredosis.

Más allá de los vínculos de por sí azarosos entre todos los personajes por “necesidades” de la trama y capricho del realizador y guionista, la película sinceramente falla en la tarea de edificar un relato que unifique en verdad las historias individuales de cada personaje y a la vez garantice un dinamismo narrativo basado en un mínimo de originalidad o aunque sea de carnadura, dos estratos que desde el inicio quedan empantanados debido a la colección de estereotipos en lo que hace a la idiosincrasia de los protagonistas, las situaciones en las que se ven envueltos y -en especial- los diálogos que enmarcan al convite en su conjunto, por demás remanidos y unidimensionales. No obstante la obra cuenta también con elementos redentores como por ejemplo su último acto, en el que se despliega algo de energía contenida, y la muy buena labor del elenco en general y Jodie Foster en particular, toda una veterana del cine con un pulso quirúrgico para la actuación. Sin llegar a ser una mala película pero lejos del interesante trasfondo que su premisa auguraba a priori, Hotel de Criminales nos propone un hervidero dramático insólitamente tibio y bien olvidable…