Hop: Rebelde sin Pascuas

Crítica de Mario Zabala - Clarín

Busco mi destino

El hijo del Conejo de Pascuas no quiere cumplir su labor.

Tim Hill, director de Hop, Rebelde sin Pascuas (sí, llegó un día en que la traducción de estreno local fue, al menos, graciosa), posee una especie de prontuario en este vil asunto de realizar filmes industriales pa’ los pibes , que mezclan bichitos digitales con gente de carne y hueso. Y hasta ahora, el Hill generó más merchandising relindo ( Garfield 2: la película y Alvin y las ardillas ) que cine. O algo que se le parezca.

Hereje de su propia religión (¿pueden imaginar a alguien diciendo “Mami, cuando sea grande quiero hacer tres películas con referencias pop y bichos que no llegan a las rodillas”?), a Hill le llegó el milagro de las Pascuas.

Hop , sin ser, digamos, Mi villano favorito (mismos productores) se las arregla para sacar de la fosa el promedio de Hill. Pero la razón es anterior a Hop -el hijo del Conejo de Pascuas que no quiere cumplir su labor y ser baterista-, es el humano al que Hop vuelve orate con sus caprichos: el actor James Marsden. Marsden es una de esas caras conocidas todavía no del todo identificadas: era el Cíclope en las viejas X-Men y era el Príncipe Azul en Hechizada . Tiene uno de esos rostros cuadrados, bien superheroicos y parece, en sí mismo, un cartoon. Más allá del diseño brillante color Pascuas (todo el imaginario chocolatero tiene su gracia) o de ciertos instantes “guiño a los adultos”, el real muñeco, el que salva las Pascuas, es el frenético Mardsen, capaz de darle coherencia a la mediocridad de Hill.