Hombres de piel dura

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

La vida sexual

Así como Fuego (1969) de Armando Bó fue pionera en tener una escena lésbica en el cine nacional, seguramente Hombres de Piel Dura (2019) sea la primera en tener un beso negro explícito: Ariel, el protagonista (Wall Javier), está apoyado contra una pared despintada de una casa abandonada que los hombres gays de un pueblo de Buenos Aires usan como punto de encuentro, mientras un amante ocasional le come el culo con ganas. Campusano vuelve a mandarse un melodrama marica como en Vil Romace (2008) pero esta vez ya no en los límites entre lo urbano y lo rural sino directamente en el campo; su “secreto en la montaña”, con gauchos y peones en lugar de vaqueros. Y en lugar de centrar su mirada -y la nuestra- en el maduro activo (en ese caso Oscar Génova y acá su figura especular, el cura Omar protagonizado por Germán Tarantino), el punto de vista es el del joven pasivo. Relación asimétrica usual aunque suene a lugar común, como algunos otros que Campusano explota, como por ejemplo la asociación entre la promiscuidad y la sordidez (recordemos que los encuentros sexuales se dan entre escombros en un inmueble abandonado y la casa familiar del último amante de Ariel parece la entrada de un psiquiátrico venido a menos), pero que además de estar a tono con la filmografía de Campusano son cuestiones que a veces se dan en el mundo real y están en escena por eso y no por ser delirios conservadores del director.

La película se reparte el relato y el discurso en dos; por un lado vemos el comienzo de la vida sexual de Ariel y los problemas con su padre y sus parejas, y por otro el final, o las consecuencias, de la vida sexual del cura Omar y los problemas con la culpa y el miedo al escrache. Porque Omar, además de ser la primera pareja de Ariel, es un pederasta al que vemos tratando de abusar de un chico. El énfasis discursivo de Campusano está puesto en la historia de un padre tradicionalista que no acepta tener un hijo puto, y en la historia de los “padres” abusadores que se absuelven entre ellos. “Sería tan amable de tomarme la confesión”, le pide otro cura pedófilo (que en otra toma aparece detrás de las rejas pero de su casa) a Omar después de hablar de la muerte, y Campusano corta y los manda al infierno mediante el plano de unas llamas en ralentí. En este último Campusano, que habla más desde los planos que antes, hay un proceso de estilización; porque no solo hay uso del ralentí (como cuando muestra a los peones del campo, uno de ellos amante de Ariel, trabajando la tierra en cámara lenta) sino también en los travellings, los zooms y los planos cenitales de drone; recursos técnicos que parecen más caprichos estéticos que discursivos y que aportan cierta belleza tradicional a un cine que parecía no preocuparse por eso, y que se suman a una narrativa más aceitada que también demuestra Campusano en esta película, sin dejar de lado sus yeites usuales de representación.