Hogar

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

El mundo cerrado de asilos y hogares pocas veces fue abordado en el cine argentino y nunca tan bien como en la notable "Crónica de un niño solo", de Leonardo Favio. Esta vez, una representación austera y verosímil de este universo es ofrecida por Maura Delpero, realizadora italiana afincada en nuestra ciudad.

La opera prima de la directora, de trayectoria en el mundo del documental, sucede en un instituto de monjas italianas para madres adolescentes, donde se desarrolla la historia. Una historia de carencias y tensiones. Allí surgirá un esbozo de amistad entre dos adolescentes, Luciana y Fátima, la primera, efervescente y desbordada, preocupada por vivir la diversión y el sexo, casi ajena a Nina, su hijita de pocos años; la segunda, retraída y casi complacida en ese hogar de monjas donde crece, embarazada nuevamente y con un niño de unos siete años. 
A esa vida monótona, entre rezos de las monjas ya ancianas y su poca paciencia para manejar chicas sin apoyo familiar y con hijos que no siempre desearon, llega una novicia, sor Paola. Y la cosa cambia, no sólo para Lu y Fati, también para ella misma.

DEBUTANTES
Con una narración sencilla, de síntesis apretada, Delpero es capaz de transmitir las tensiones entre mundos diferentes (escena de la cumbia improvisada de las chicas), las diferentes facetas de la maternidad, incluso la de Luciana (Agustina Malale), que más allá de sus reacciones primarias intuye que el hecho de ser madre puede no ser para ella.
"Hogar" se interna en un mundo femenino joven y sin trabas, donde las agresión es una constante, la religión una rutina y dos adolescentes y una joven monja reconsideran la complejidad del sentimiento maternal.

Una directora sensible, capaz de observar sin juzgar, simplemente mostrando la distancia que separa al instituto religioso de la vida diaria (salida de alguna chica o la novicia a la calle) o la sabiduría de los niños (el rostro de la pequeña Nina ante la vuelta de la madre golpeada).

"Hogar" conmueve y visualiza una interesante directora que transmite, sin invadir, el mundo poco conocido del sentimiento maternal, el de aquella que aspira a ingresar al mundo religioso, donde la sublimación de ese sentimiento es una realidad, y de quienes pueden o no hacerlo propio, superando las carencias familiares o individuales.

Un elenco de jóvenes sin experiencia en el cine (las internas) convive armónicamente con profesionales sensibles como Liliya Liberman ("Sangre de mi sangre", de Bellocchio) y Marta Lubos. La sorprendente labor de los niños, especialmente Nina (Isabella Cilia), recuerda el cuidado tratamiento dramático que el neorrealismo daba al universo infantil.