Hitchcock: el maestro del suspenso

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Hitchcock!: la historia de Hitchcock

En cierta forma Hitchcock es similar a Anvil! The Story of Anvil, aquel excelente documental que supuso la presentación de Sacha Gervasi ante el mundo en el 2008. Sin el elemento del fracaso permanente de aquella banda de metal canadiense, comparte la presencia de notables protagonistas sin el reconocimiento que saben son merecedores, la búsqueda de la obra cumbre, el apoyo incondicional de la familia y una crítica a una industria incapaz de reconocer la genialidad aún cuando esta se abre ante sus ojos. Y sin embargo, entre ambas películas dista un abismo.

Basada en el libro Alfred Hitchcock and the making of Psycho, esta última producción parece construirse de retazos de films anteriores, todos de una suerte superior al que aquí compete. El guionista John J. McLaughlin condiciona a su personaje central a repetir las vivencias de la joven bailarina clásica de su trabajo más destacado hasta la fecha, Black Swan, en el sentido de que las presiones internas por la autosuperación y el temor a la más miserable derrota le provocan alucinaciones y una alienación total con quienes tiene a su alrededor. Hitchcock transpira Capote por los poros y representa un contundente fracaso al momento de intentar repetir un período en la vida coincidente con el proceso creativo de una obra maestra.

Seguramente perjudicada por un tono cómico que produce un sentido de liviandad generalizado, Hitchcock se percibe como una oportunidad desaprovechada. Tratándose de un film sobre uno de los cineastas más grandes de todos los tiempos, no son demasiados los aspectos en los que esta se destaca, con una actuación interesante de uno de los protagonistas –que no es Anthony Hopkins, como hubiera sido mejor, sino Helen Mirren- y un concepto que llama la atención desde el vamos: el detrás de escena de Psycho.

Sin tratarse de una delicia para el cinéfilo –muchos elementos a los que se da una importancia trascendental son de público conocimiento- supone una mirada nueva a una película que ha recibido una exagerada cantidad de visitas –entre remakes y secuelas- desde su estreno hace 53 años. El psicologismo burdo con que Gervasi aborda a su personaje no oculta el hecho de que se trata de otra forma de ver a una de las películas determinantes de la historia del cine, así como también la posibilidad de explorar el lado menos conocido del realizador, el de sus relaciones personales.

Con un guión con mucho optimismo y más consciencia del futuro del que debería tener, uno de los mayores problemas de Hitchcock es la constante sobreexplicación de todo lo que sucede. Con tanto hincapié en la psicosis de su director, es una paradoja que tanto el escritor como el realizador londinense no busquen dejar algo de aire en la trama como para que esta respire y el espectador indague por su cuenta. Basta ver el rodaje de la famosa escena de la ducha, y lo que ocurre con las rabiosas indicaciones del cineasta, como para comprender que la interpretación de la audiencia no está dentro de las posibilidades –algo que haría llorar al maestro del suspenso-.

Con un nombre fuerte en la adaptación, con un director que demostraba condiciones para crecer, sin problemas de presupuesto y un gran ensamble de reconocidos actores –incluso en roles mínimos-, esta película prueba ser como el fallido maquillaje de Hopkins: demasiado obvio como para funcionar.