Historias napolitanas

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Testimonio de la crisis italiana

Antonio Capuano es un director de cine napolitano, nacido en 1940, cuya producción no es conocida en la Argentina. “Bagnoli Jungle” (“Historias napolitanas”), del año 2015, es la primera película que llega a la cartelera local. Sin embargo, en su país ha sido favorecido con algunas distinciones y se lo considera un director muy original.
Sobre sí mismo, dice ser “un eterno principiante” a quien no le gusta el “encuadre perfecto”. A “Bagnoli Jungle” la describe como “un grafiti, una película imperfecta”.
Y ésa es la sensación que da. Filmada con cámara en mano y sin artificios, el film simula un estilo cercano al documental sin demasiada producción ni elaboración previa.
El relato está compuesto por tres capítulos. Cada capítulo tiene como protagonista a un personaje diferente, aunque están relacionados entre ellos. La historia está ubicada en el barrio napolitano de Bagnoli y trata de captar el espíritu dominante en ese lugar particular y cómo se manifiesta en tres generaciones: un hombre de edad mediana, un anciano jubilado y un jovencito de 18 años.
Giggino, el personaje del primer capítulo, es un desocupado de alrededor de 50 años que se pasa el día corriendo por las calles del barrio. Vive del producto de pequeños hurtos y también de algunas limosnas. Da la sensación de no tener hogar y pareciera estar huyendo permanentemente de algo. No obstante, a medida que avanza su historia, se devela que tiene una familia, pero su mujer lo ha echado de la casa y ahora está viviendo con su padre, Antonio. La conducta de Giggino es a simple vista disoluta, está en un estado de agitación permanente, anda todo el día de aquí para allá, sin rumbo fijo y en un estado mental bastante caótico.
Por su parte, Antonio, el protagonista del segundo capítulo, es un ex trabajador de la fábrica metalúrgica que años atrás representó la época de oro de la barriada y que hoy es un esqueleto vacío y abandonado, un fiel reflejo de la decadencia económica y social de esa región de Italia.
Antonio es un hombre viudo que percibe una holgada jubilación, suficiente para sostener un departamento que no es lujoso pero cuenta con todas las comodidades. Vive de sus recuerdos y es asistido por una empleada doméstica de origen ucraniano. Entre sus particularidades más notorias se destaca su devoción por la figura de Maradona, de quien conserva una camiseta de cuando jugaba en el Napoli, y se ufana de conocer la historia del ídolo con pelos y señales, motivo por el cual, algunos fanáticos van a su casa para que les cuente anécdotas del paso del jugador por el equipo más popular de la zona. La época en la que Maradona fue estrella del Napoli coincide con la época dorada de la que formó parte también la fábrica y la decadencia parece haber llegado también al mismo tiempo. De modo que para Antonio todo es nostalgia de un tiempo mejor que ya se fue y que desgraciadamente no volverá, y un presente de soledad y vacío.
Finalmente, el tercer capítulo corresponde al caso de Marco, un muchachito que dejó la escuela y trabaja como delivery de una especie de despensa, por eso es conocido por casi todos los vecinos, ya que reparte los pedidos casa por casa. Es la mirada que apunta al futuro, aunque impregnada de incertidumbre, en un ambiente marcado por la miseria, la droga, la camorra y la presencia de inmigrantes que vienen huyendo de situaciones aún peores, donde no hay mucho margen para un desarrollo normal de la juventud. Los signos de decadencia se acumulan en todo el ejido urbano de esa barriada, que Capuano muestra con crudeza y sin artificios, como una herida abierta representativa del fracaso de un modelo que confiaba en el progreso y que de pronto naufragó, dejando a mucha gente sin trabajo, sin hogar y sin expectativas.
Tal como lo expresa Capuano, su filme se parece a un fresco, una pintura rústica y sin artilugios de una comunidad tal como se percibe en la realidad cotidiana.