Historias napolitanas

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Tres vidas, una ciudad

Estrenada en la Semana de la Crítica de la última Mostra de Venecia, Historias napolitanas ofrece la oportunidad de acercarse a la obra de un cineasta italiano desconocido en la Argentina. Para ser mas precisos, el de Antonio Capuano no es el único caso: es muy poco el cine que nos llega hoy de un país que tuvo directores de la talla de Roberto Rosellini, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Pier Paolo Pasolini y Luchino Visconti.

Nacido en 1940, Capuano es un veterano que alguna vez fue parte de la denominada "New Wave napolitana". Se dice que uno de los más excéntricos y originales de esa camada integrada por directores como Pappi Córcega, Stefano Incerti, Antonietta De Lillo y Mario Martone, todos ignotos por aquí.

En esta película que tiene por epicentro a Bagnoli, el barrio napolitano entendido como jungla del título original, hay tres historias principales y cada una tiene un protagonista: la de un poeta cincuentón y golpeado por la vida que recita a cambio de unas monedas y aprovecha el descuido ajeno para cometer pequeños atracos; la de su padre, un viejo trabajador de una fábrica de acero cuya extinción simboliza el fin del sueño de la industrialización en el sur italiano, y la de un joven que se encarga del delivery de una tienda de delicatessen.

El personaje del viejo ex obrero tiene un matiz especial: es un devoto indeclinable de Diego Maradona y, como tal, un especialista en su biografía. Es también el más grotesco e hiperbólico de un film al que, fiel a la idiosincrasia napolitana, le sobra temperamento. No es la mesura lo que caracteriza a Historias napolitanas, una película caótica y acelerada filmada a pura cámara en mano que tiene la virtud de no resignar el humor para contar el fracaso estrepitoso del sistema económico de un país cuyas desigualdades nunca dejan de asombrar. Y que también es hábil para sintetizarla en un puñado de historias de apariencia documental que se desarrollan en un barrio popular que sobrevive como puede a un colapso doloroso y salvajemente convertido en inevitable.